jueves, 13 de agosto de 2009

"¿Qué es la literatura?"

Sartre, Jean-Paul, “Presentación de los tiempos modernos”, ¿Qué es la literatura? (1948); Buenos Aires, Losada, 1981. Traducción de Aurora Bernárdez.
 

Jean-Paul Sartre y Simone De Beauvoir

Introducción


Hernán Diez

En la primera parte de ¿Qué es la literatura?, “Presentación de los tiempos modernos”, Jean-Paul Sartre distingue dos modos de pensar al ser humano y su realidad. “Los que se atienen por encima de todo a la dignidad de la persona humana, a su libertad, a sus derechos imprescriptibles, se inclinan, lógicamente, a pensar según el espíritu de análisis, que concibe los individuos con independencia de sus condiciones reales de existencia, que les dota de una naturaleza inmutable y abstracta, que los aísla y cierra los ojos delante de la solidaridad. Los que han comprendido bien que el hombre está arraigado en la colectividad y quieren subrayar la importancia de los factores económicos, técnicos e históricos, se inclinan hacia el espíritu de síntesis, que cerrando los ojos ante las personas, sólo es capaz de ver los grupos.” Para Sartre, la conciencia contemporánea está atravesada, “desgarrada”, por esa antinomia que no reconoce en el hombre un “centro de indeterminación irreductible”, su libertad. Por eso propone una concepción total del hombre (totalmente libre y comprometido). “En ciertas situaciones, no hay sitio más que para una alternativa, uno de cuyos términos es la muerte. Hay que obrar de modo que el hombre pueda, en todas las circunstancias, elegir la vida.”El texto que presentamos a continuación es una selección de distintos pasajes de “Presentación de los tiempos modernos”. Sartre contrasta dos concepciones de lo humano: una se rige por el “espíritu analítico”; otra, por el "espíritu de síntesis”. Por último, propone su concepción de “hombre total”.

* * *

Algunos fragmentos del libro: 

(…) El escritor tiene una situación en su época; cada palabra suya repercute. Y cada silencio también. Considero a Flaubert y Goncourt responsables de la represión que siguió a la Comuna porque no escribieron una sola palabra para impedirla. Se dirá que no era asunto suyo. Pero, ¿es que el proceso de Calas era asunto de Voltaire? ¿Es que la condena de Dreyfus era asunto de Zola? ¿Es que la administración del Congo era asunto de Gide? Cada uno de estos autores, en una circunstancia especial de su vida, ha medido su responsabilidad de escritor.

(…) La inmortalidad es una terrible coartada: no es fácil vivir con un pie más allá de la tumba y con el otro más acá. ¿Cómo resolver los asuntos del día cuando son mirados desde tan lejos? ¿Cómo apasionarse por un combate o disfrutar con una victoria? Todo es lo mismo. Nos miran sin vernos; hemos muerto ya a sus ojos y vuelven a la novela que escriben para hombres que no verán jamás. Se han dejado robar sus vidas por la inmortalidad. Nosotros escribimos para nuestros contemporáneos y no queremos ver nuestro mundo con ojos futuros –sería el modo más seguro de matarlo-, sino con nuestros ojos reales, con nuestros verdaderos ojos perecederos. No queremos ganar nuestro proceso en la apelación y no sabemos qué hacer con una rehabilitación póstuma; es aquí mismo, mientras vivimos, donde los pleitos se ganan o pierden (…). Cada época descubre un aspecto de la condición humana, en cada época el hombre decide de sí mismo frente a los demás, al amor, a la muerte, al mundo.

(…) Creo que la clase burguesa puede ser definida intelectualmente por el empleo que hace del espíritu de análisis, cuyo postulado inicial es que los compuestos deben necesariamente reducirse a una ordenación de elementos simples. Entre sus manos, este postulado fue antes un arma ofensiva que sirvió para desmantelar los bastiones del Antiguo Régimen. Todo fue analizado; en el mismo movimiento fueron reducidos el aire y el agua a sus elementos, el espíritu a la suma de sus impresiones que lo componen, la sociedad a la suma de los individuos que la forman. Los conjuntos se desvanecieron; ya no eran más que sumas abstractas debidas al azar de las combinaciones. La realidad se refugió en los términos últimos de la descomposición. Estos, en efecto –es el segundo postulado del análisis-, guardan inalterablemente sus propiedades esenciales, tanto si entran en un compuesto como si existen en estado libre. (…) Estos principios han presidido la Declaración de los Derechos del Hombre. En la sociedad que concibe el espíritu de análisis, el individuo, partícula sólida e indescomponible, vehículo de la naturaleza humana, reside como un guisante en una lata de guisante: redondo, encerrado en sí mismo, incomunicable. Todos los hombres son iguales: hay que entender por esto que todos los hombres participan igualmente en la esencia del hombre. Todos los hombres son hermanos: la fraternidad es un lazo pasivo entre moléculas distintas que ocupa el lugar de una solidaridad de acción o de clase que el espíritu de análisis no puede ni siquiera concebir. Es una relación completamente exterior y puramente sentimental que oculta la simple yuxtaposición de los individuos en la sociedad analítica. Todos los hombres son libres: libres de ser hombres, por supuesto. Lo que significa que la acción del político debe ser totalmente negativa; el político no tiene que hacer la naturaleza humana; basta que separe los obstáculos que podrían impedir el desarrollo de la misma. De este modo, deseosa de echar abajo el derecho divino, el derecho de nacimiento y de sangre, el derecho de primogenitura, todos los derechos basados en la idea de que hay diferencia de naturaleza entre los hombres, la burguesía ha confundido su causa con la del análisis y construido para su propio uso el mito de lo universal. Contrariamente a los revolucionarios contemporáneos, solo ha podido realizar sus reivindicaciones renunciando a su conciencia de clase: los hombres del Tercer Estado de las Constituyentes eran burgueses porque se consideraban sencillamente hombres.

Después de ciento cincuenta años, el espíritu de análisis sigue siendo la doctrina oficial de la democracia burguesa, pero este espíritu se ha convertido en un arma defensiva.

(…) En realidad, uno se hace burgués al optar, de una vez para siempre, por cierta visión del mundo analítica que se intenta imponer a todos los hombres y que excluye la percepción de las realidades colectivas.

(…) Como los mismos autores burgueses se consideran guisantes en una lata, la solidaridad que les une a los otros hombres aparece estrictamente mecánica, es decir, de simple yuxtaposición. Aunque tengan un sentido elevado de su misión literaria, piensan haber hecho bastante cuando han descrito su propia naturaleza o la de sus amigos, pues todos los hombres son de la misma manera, se presta servicio a todos al esclarecer lo de uno mismo. Y como el postulado de donde parten es el del análisis, les parece muy sencillo utilizar para conocerse el método analítico. Tal es el origen de la psicología intelectualista cuyo ejemplo más logrado está constituido por las obras de Proust. Como pederasta, Proust ha creído poder ayudarse con su experiencia homosexual cuando ha querido describir el amor de Swann y Odette; como burgués, presenta ese sentimiento de un burgués rico y ocioso por una mujer mantenida cual el prototipo del amor. Cree, pues, en la existencia de pasiones universales cuyo mecanismo no varía de modo sensible cuando se modifican los caracteres sexuales, la condición social, la nación o la época de los individuos que la experimentan. Después de haber “aislado” así esos efectos inmutables, podrá dedicarse a reducirlos a su vez a las partículas elementales. Fiel a los postulados del espíritu de análisis no se imagina siquiera que pueda haber una dialéctica de los sentimientos; solo hay un mecanismo. De este modo, el atomismo social, posición de repliegue de la burguesía contemporánea lleva al atomismo psicológico. Proust se ha hecho burgués, se ha hecho cómplice de la propaganda burguesa ya que su obra contribuye a difundir el mito de la naturaleza humana.

Estamos convencidos de que el espíritu de análisis ha cumplido ya su tiempo y que su única misión de hoy es turbar la conciencia revolucionaria y asilar a los hombres en beneficio de las clases privilegiadas. Ya no creemos en la psicología intelectualista de Proust y la consideramos nefasta.

(…) Así, frente al espíritu de análisis, recurrimos a una concepción sintética de la realidad cuyo principio es que un todo, sea el que sea, es diferente en naturaleza de la suma de sus partes. Para nosotros, lo que los hombres tienen en común no es una naturaleza, sino una condición metafísica, y por esto entendemos el conjunto de sujeciones que los limitan a priori, la necesidad de nacer y morir, la de ser finito y de existir en el mundo en medio de otros hombres. En lo demás, constituyen realidades indescomponibles, cuyos humores, ideas y actos son estructuras secundarias y dependientes y cuyo carácter esencial es estar situadas; se diferencian entre ellos como se diferencias sus situaciones. La unidad de todos esos significantes es el sentido que manifiestan. Escriba o reme en una galera, elija una mujer o una corbata, el hombre se manifiesta siempre; manifiesta su medio profesional, su familia, su clase y, finalmente, cómo está situado en relación con el mundo entero. Manifiesta el mundo. El hombre es toda la tierra. Se halla presente y actúa por doquiera, es responsable de todo y tiene un destino que se está jugando en todas partes, en París, en Potsdam, en Vladivotok.

(…) Sin embargo, esta visión sintética tiene graves peligros: si el individuo es una selección arbitraria efectuada por el espíritu de análisis, ¿no se corre el riesgo de sustituir, al renunciar a las concepciones analíticas, el reino de la persona por el reino de la conciencia colectiva? No se hace sitio al espíritu de síntesis: el hombre-totalidad, apenas entrevisto, va a desaparecer, tragado por la clase; solo existe la clase y es la clase lo que hay que liberar. Pero, se dirá ¿es que acaso, al liberar la clase, no se libera a los hombres que la componen? No necesariamente; ¿es que el triunfo de la Alemania hitleriana ha sido el triunfo de cada alemán? Y, además, ¿dónde se detendrá la síntesis? Mañana, vendrán a decirnos que la clase es una estructura secundaria, dependiente de un conjunto más basto que será, por ejemplo, la nación. El gran atractivo que el nazismo ha ejercido sobre ciertos izquierdistas se debe sin duda a que ha llevado la concepción totalitaria a lo absoluto: sus teóricos también denunciaban los daños del análisis y el carácter abstracto de las libertades democráticas; su propaganda también pretendía forjar un hombre nuevo y conserva las palabras Revolución y Liberación. Únicamente, se sustituía el proletariado de clase por un proletariado de naciones. Se reducía a los individuos a ser únicamente funciones dependientes de la clase, a las clases a ser únicamente funciones de la nación y a las naciones a ser únicamente funciones del continente europeo. Si, en los países ocupados, se ha levantado contra el invasor la totalidad de la clase obrera se debe, sin duda, a que ésta se sentía herida en sus aspiraciones revolucionarias pero también a que tenía una repugnancia invencible por la disolución de la persona en la colectividad.

De este modo, la conciencia contemporánea parece desgarrada por una antinomia. Los que se atienen por encima de todo a la dignidad de la persona humana, a su libertad, a sus derechos imprescriptibles, se inclinan, lógicamente, a pensar según el espíritu de análisis, que concibe los individuos con independencia de sus condiciones reales de existencia, que les dota de una naturaleza inmutable y abstracta, que los aísla y cierra los ojos delante de la solidaridad. Los que han comprendido bien que el hombre está arraigado en la colectividad y quieren subrayar la importancia de los factores económicos, técnicos e históricos, se inclinan hacia el espíritu de síntesis, que cerrando los ojos ante las personas, sólo es capaz de ver los grupos. Esta antinomia se manifiesta, por ejemplo, en la creencia muy extendida de que el socialismo está en las antípodas de la libertad individual.

(…) Ahora bien, como lo hemos visto, el ideal democrático se presenta históricamente en la forma de un contrato social suscrito entre los individuos libres. Así, las reivindicaciones analíticas de Rousseau se mezclan frecuentemente en las conciencias con las reivindicaciones sintéticas del marxismo.

(…) Nosotros nos negamos a dejarnos descuartizar entre la tesis y la antítesis. Concebimos sin dificultad que un hombre, aunque su situación esté totalmente condicionada, puede ser un centro de indeterminación irreductible. Ese sector imprevisible que se muestra así en el campo social es lo que llamamos libertad y la persona no es otra cosa que su libertad. Esta libertad no debe ser considerada un poder metafísico de la “naturaleza” humana ni tampoco la licencia de hacer lo que se quiere, siempre nos quedaría algún refugio interior, hasta encadenados. No se hace lo que se quiere y, sin embargo, se es responsable de lo que se es. Así son las cosas. El hombre, que se explica simultáneamente por tantas causas, debe, sin embargo, llevar sobre sus hombros la carga de sí mismo. En este sentido, la libertad podría pasar por una maldición. Y es una maldición. Pero es también la única fuente de la grandeza humana.

(…) Tal es el hombre que concebimos: un hombre total. Totalmente comprometido y totalmente libre. Sin embargo, es a este hombre libre al que hay que liberar, aumentando sus posibilidades de elección. En ciertas situaciones, no hay sitio más que para una alternativa, uno de cuyos términos es la muerte. Hay que obrar de modo que el hombre pueda, en todas las circunstancias, elegir la vida.”

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