jueves, 27 de agosto de 2009

Mircea Eliade, “Estructura del simbolismo acuático”.

Eliade, Mircea, “Estructura del simbolismo acuático”, Lo sagrado y lo profano, Madrid, Guadarrama, 1973. Traducción: Luis Gil.
  
Antes de hablar de la Tierra nos es preciso presentar las valoraciones religiosas de las Aguas [1], y esto por dos razones: 1ª) Las Aguas existían antes que la Tierra (como dice el Génesis, “las tinieblas cubrían la superficie del abismo y el Espíritu de Dios se cernía sobre las Aguas”); 2ª) analizando los valores religiosos de las Aguas, se aprehende mejor la estructura y la función del símbolo. Pues el simbolismo desempeña un papel considerable en la vida religiosa de la humanidad; gracias a los símbolos, el Mundo se hace “transparente”, susceptible de “mostrar” la trascendencia.
  
Las Aguas simbolizan la suma universal de las virtualidades; son fons et origo, el depósito de todas las posibilidades de existencia; preceden a toda forma y soportan toda creación. Una de las imágines ejemplares de la Creación es la de la Isla que “aparece” de repente en medio de las olas. Por el contrario, la inmersión simboliza la regresión a lo preformal, la reintegración al modo indiferenciado de la preexistencia. La emersión repite el gesto cosmogónico de la manifestación formal; la inmersión equivale a una disolución de las formas. Por ello, el simbolismo de las Aguas implica tanto la muerte como el renacer. El contacto con el agua implica siempre una regeneración: no solo porque la disolución va seguida de un “nuevo nacimiento”, sino también porque la inmersión fertiliza y multiplica el potencial de vida. A la cosmogonía acuática corresponden, a nivel antropológico, las hidrogonías: las creencias según las cuales el género humano ha nacido de las Aguas. Al diluvio o a la submersión periódica de los continentes (mitos del tipo “Atlántida”) corresponde, a nivel humano, la “segunda muerte” del hombre (la “humedad” y leimon de los Infiernos, etc.) o la muerte iniciática del bautismo. Pero, tanto en el plano cosmológico como en el antropológico, la inmersión en las Aguas equivale no a una extención definitiva, sino a una reintegración pasajera en lo indistinto, seguida de una nueva creación, de una nueva vida o de un “hombre nuevo”, según se trate de un momento cósmico, biológico o soteriológico. Desde el punto de vista de la estructura, el “diluvio” es comparable al “bautismo”, y la libación funeraria a las lustraciones de los recién nacidos o a los baños rituales primaverales que proporcionan salud fertilidad.
  
Cualquiera que sea el contexto religioso en que se las encuentr, las Aguas conservan invariablemente su función: desintegran, anulan las formas, “lavan los pecados”, son a la vez purificadoras y regeneradoras. Su destino es el de preceder a la Creación y reabsorverla, incapaces como son de rebasar su propio modo de ser, es decir, de manifestarse en formas. Las Aguas no pueden trascender la condición de lo virtual, de los gérmenes y las latencias. Todo lo que es forma se manifiesta por encima de las Aguas, separándose de ellas.
  
Un rasgo es aquí esencial: la sacralidad de las Aguas y la estructura de las cosmogonías y de los Apocalipsis acuáticos no podrían revelarse integramente más que a través del simbolismo acuático, que representa el único “sistema” capaz de articular todas las revelaciones particulares de las innumerables hierofanías. * [2] Esta ley es, por lo demás, la de todo simbolismo: es el contexto simbólico lo que valoriza las diversas significaciones de las fierofanías. Las “Aguas de la Muerte”, por ejemplo, no revelan su profundo sentido más que en la medida en que se conoce la estructura del simbolismo acuático.
  
[1] Para todo lo que sigue, véase Traité d`histoire des religions, pp. 168 ss.; Images et Symboles, pp. 199 ss.
[2[ Sobre el simbolismo, cv. Traité d´histoire des religions, pp- 373 ss, especialmente pp. 382; Méphistophélès et I´Androgyne, pp. 238-268; trad. esp., Ediciones Guadarrama, Madrid, 1969
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* Hierofanías se entiende en este contexto como manifestaciones de lo sagrado.

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