sábado, 10 de octubre de 2009

Problemas de copyright

El denominado “Dossier Copy / South – Copia / Sur” es un trabajo de investigación que reúne una serie de artículos sobre problemas económicos, políticos e ideológicos del copyright (derecho de autor) en el Sur. 

“¿Cuáles son los problemas que las leyes restrictivas ocasionan a los bibliotecarios, maestros y estudiantes del Sur global? ¿Quién se beneficia de la privatización de la cultura? ¿Acaso el Sur global, en donde habita más de dos terceras partes de la población mundial, se beneficia económicamente de la constante expansión del sistema internacional de copyright?” Estas son algunas de las preguntas en las que se encausa el análisis de este grupo de activistas y académicos.


Un extracto de la presentación del dossiere:

“(...) El copyright tiene un largo historial que surge de la legislación inglesa del Siglo XVIII. En un sentido general, se trata de un régimen legal que ofrece una forma limitada de protección monopólica a las obras escritas y creativas preparadas en un elemento tangible (material). Al poseedor del copyright se le otorga el derecho único o exclusivo de hacer una serie de cosas con esa obra como son las siguientes: a) hacer copias de la obra, por ejemplo, fotocopiándola, b) ejecutar la obra, como en una pieza de teatro, c) traducir la obra a otro idioma, d) exhibirla públicamente, como cuando se utiliza una fotografía en una revista. Violar estas restricciones semejantes a las de una propiedad es una infracción al copyright. Aunque en sus inicios el derecho de autor o copyright se enfocaba en las obras escritas, el concepto ha sido ampliado a lo largo de los años a fin de incluir mapas, ilustraciones, música, fonogramas (y posteriormente cintas de audio y ahora CD), fotografías; y más recientemente; programas informáticos y bases de datos. El copyright protege la expresión específica de una idea, no protege la idea en sí misma, y la ley – en algunos países, aunque no en todos – permite un limitado 'uso justo’ o 'trato justo’ por parte de los usuarios de obras cuyo copyrigh es propiedad o posesión de otras personas. Hoy en día, la ley protege (y restringe) una obra con copyright durante toda la vida del autor, más cincuenta años después de su muerte en algunos países, o setenta años en otros – especialmente en Europa y Estados Unidos donde se produce la mayor parte de las obras protegidas con copyright – o se protege por períodos aún más largos en ciertos países. Sin embargo, es relativamente raro que un autor mantenga los derechos de sus obras creativas; por lo general, estos derechos se transfieren (el término legal es se 'ceden') a un editor o productor de grabaciones a cambio de su publicación, de las regalías o por una tarifa fija (En el caso de los empleados que han creado obras con copyright, en la mayor parte de los casos es su patrono quien posee el derecho de copyright). Por ejemplo, en la década de los 60, los Beatles, el conocido grupo pop británico, no poseía el derecho de autor o copyright de las canciones que escribieron, ejecutaron y grabaron.

Aunque la ley de copyright se originó en la legislación europea del Siglo XVIII, esta legislación ha adquirido un alcance internacional. En muchos sentidos, el copyright siempre ha sido un problema internacional. Cuando los dueños del copyright (a diferencia de los autores) en los siglos XVIII y XIX exigían la protección para sus obras, la amenaza para el control del copyright venía a menudo de los vendedores de libros que publicaban ediciones baratas para el mercado extranjero o que importaban ediciones baratas del extranjero para competir en el mercado interno. Es de todos conocido que en el Siglo XIX, Estados Unidos fue uno de los peores 'piratas' del copyright, cuando era un país en vías de desarrollo (El gobierno estadounidense se negó a incluir la protección del copyright a las obras extranjeras, creando así un mercado interno de reimpresiones baratas de los títulos más populares). La creación y la adopción del Convenio de Berna en 1886 (http://www.wipo.int/treaties/es/ip/berne/trtdocs_wo001.html), de 'inspiración' europea, que sigue siendo el principal acuerdo internacional de copyright, ilustra aun más la importancia de la protección internacional del copyright a partir del Siglo XIX.

También es de todos conocido que la 'era de la información' ha transformado fundamentalmente el alcance y la intensidad de las batallas internacionales del derecho de autor o copyright. Aunque la historia del copyright es la historia de la expansión del copyright, la tecnología de la computación ha alterado radicalmente el equilibrio entre los poseedores del copyright y los usuarios del conocimiento. En primer lugar, la facilidad con la cual el material digital puede ser copiado y distribuido por medio de canales 'piratas' ha aumentado considerablemente. En segundo término, aunque quizás más importante, los consumidores y los usuarios cotidianos de las obras cubiertas por el copyright son considerados ahora como 'piratas' y 'ladrones' cuando ellos buscan compartir información, música, entretenimiento y otros materiales encontrados en Internet (Sin embargo, es necesario resaltar que muchas partes del Sur global – y muchos de los que viven al Norte – no están 'conectadas' a Internet por carecer de computadoras, líneas telefónicas confiables y conectividad eléctrica). Estas dos tendencias ayudan a destacar las diferencias diametralmente opuestas entre una cultura de intercambio y una cultura de monopolización y privatización. Tal como lo explicó hace cierto tiempo el activista filipino Roberto Verzola en el taller de Copia/Sur (mencionado arriba en ‘Algunas palabras iniciales…’) hay dos principales sistemas de valores que compiten en el mundo y, en la época actual, “el sistema de valores de la monopolización, corporativización y privatización está siendo impuesto sobre lo que, a mi juicio, es un mejor sistema, un sistema de intercambio”. Como la economía continúa globalizándose y nos volvemos cada vez más dependientes de la tecnología informática y necesitamos el intercambio de información de una forma cada vez más urgente, el copyright y sus premisas han pasado de un lugar marginal en lo económico y en la teoría económica y del desarrollo, a un sitial relativamente importante.

El hecho de que los poseedores del copyright, representados por las industrias del software, música, cine o editorial, hayan estado cabildeando a favor de un control más estricto del copyright no es nuevo. Sin embargo, las décadas más recientes han estado marcadas por una notable ampliación de las leyes de copyright. Entre las victorias más significativas para estos dueños del copyright se podría mencionar la exitosa negociación y establecimiento del acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC), que todos los países que desean integrarse a la Organización Mundial de Comercio eran y son obligados a firmar. Cuando los ADPIC fueron negociados y entraron en vigor en 1995, se produjo una fuerte oposición de parte del Sur global, liderada por la India y Brasil. Desde el principio, para muchos estaba claro que el Acuerdo sobre los ADPIC beneficiaría mucho más a los países ya desarrollados del Norte que a los del Sur global. De hecho, las multinacionales del Norte ya poseen un abrumador porcentaje de los derechos globales de propiedad intelectual (copyright, patentes, marcas de fábrica y otros tipos); la creación, expansión y observancia más estricta de los derechos a la propiedad, incluyendo los derechos de propiedad intelectual, beneficia de manera aplastante a aquellos que ya poseen propiedades. Además, debido a que los derechos de propiedad intelectual se extienden ampliamente en el futuro – por ejemplo, algunos obras con copyright creadas en 2006 todavía estarán sometidas al copyright en 2106 y aun estarán generando ingresos – los acuerdos como el de los ADPIC sirven para fortalecer modelos de riqueza y desigualdad que, si no creamos un movimiento contrario, serán una carga sobre los hombros de varias generaciones futuras, incluso para las del Sur.

Ya han pasado diez años desde que los ADPIC se hicieron realidad. El copyright ha venido cobrando cada vez más importancia durante los últimos diez años y sigue aumentando la presión para que se decreten y hagan cumplir leyes tan duras, o más estrictas, que las promulgadas en Estados Unidos. De hecho, EE UU no estuvo satisfecho con el nivel de protección establecido en el acuerdo sobre los ADPIC y ha proseguido las negociaciones bilaterales con muchos países en todos los otros continentes para crear lo que se ha venido denominando los tratados ‘ADPIC plus’. El nombre más común para tales acuerdos es ‘tratados de libre comercio' (TLC); estos acuerdos siguen un plan hipócrita (y contradictorio): pretenden promover un ‘comercio más libre’ sobre bienes monopolizados tales como productos farmacéuticos patentados y películas que han sido un éxito de venta en Hollywood. Nos preguntamos, en el caso de las películas nigerianas, cubanas o chinas, ¿“cuál es el 'libre comercio' que se produce dentro de EE UU o Europa?” Esto permite alegar que los ADPIC y sus elementos componentes, como el Convenio de Berna, simplemente han reproducido los tipos de desigualdades económicas asociadas con las etapas más tempranas del colonialismo e imperialismo. (...)"

Para conocer más acerca de esta iniciativa pueden consultar el sitio de "Copia Sur"

domingo, 4 de octubre de 2009

Elsa Drucaroff, "Relatos de los que no se la creen".

Nacieron en la década del 70. La mayoría tiene varios libros publicados. En los últimos dos años, se editaron tres antologías de relatos que ofrecen un mapa de la nueva literatura argentina.

Elsa Drucaroff - Diario Perfil - 19 de agosto de 2007

Los que nacieron alrededor de los 70 en la Argentina tienen para contar cosas demasiado diferentes de las que, por ejemplo, podemos contar quienes fuimos adolescentes o jóvenes cuando ellos nacían. ¿Las escuchamos? ¿Nos interesan? En todo caso, tenemos una nueva oportunidad de averiguarlo: ahora aparecen dos antologías más de nuevos escritores argentinos: En celo (Sudamericana) agrupa cuentos sobre sexo elegidos por Diego Grillo Trubba; Buenos Aires escala 1:1 llega en estos días: cuentos sobre barrios porteños antologados por Juan Terranova (Entropía).

Que la literatura argentina no se vende, que sólo consiguen vender unos pocos nombres y que, entre ellos, apenas alguno nació luego de 1960 es algo instalado desde hace mucho y un síntoma significativo. Se le echó la culpa al mercado, pero en todo caso el mercado juega su rol en un círculo vicioso: responde a la demanda. El interés del público también hace al mercado y ha quedado claro que sólo a veces se logra interesar a los lectores porque una gran editorial o un diario importante inviertan en concursos y promoción. Algunos se justifican diciendo que no leen argentinos nuevos porque no hay nada realmente bueno, pero cuando les señalo títulos muy valiosos, nombres que tienen ya mucha obra (a veces notable) publicada, y son invisibles o casi, deben admitir que hablan sin haber leído. En cambio mencionan a algunos autores con visibilidad, ya cerca de los 50 años, que publicaban en la vieja Biblioteca del Sur, lanzada por Planeta hace más de una década, o que promocionaba la desaparecida revista Babel a fines de los 80. De ellos algo leyeron, y a veces los mencionan como prueba de una literatura que tiende a la insensibilidad social, el acriticismo y la frivolidad, o aburre porque está escrita para el gueto de expertos en teoría literaria. Hablan en presente, como si el tiempo se hubiera congelado y eso siguiera siendo lo único que hay.

Algo ha empezado a cambiar hace unos años. Los suplementos culturales ya preguntan por nuestra producción actual y algunas editoriales poderosas dan espacios. Después de la crisis de 2001 surgen muchos pequeños sellos, revistas como Mil Mamuts o La Mujer de mi Vida dedican sus páginas a esta literatura (Mil Mamuts, además, nos contacta con obras latinoamericanas de nuevas generaciones que asombran por su alto nivel). Algo se está gestando, pero todavía no alcanza. 

Entre 2005 y 2007 se publican por lo menos cuatro antologías de cuentos de nueva literatura argentina: antes de las dos mencionadas, salen La joven guardia (compilada por Maximiliano Tomas) y Una terraza propia (por Florencia Abbate). Si se piensa que a las dos primeras las publicó Norma, durante mucho tiempo única editorial grande que demostraba interés (ya en los 90 se daba el lujo de publicar literatura argentina, aunque no fuera rentable), que una de las dos últimas, En celo, es de Sudamericana y la primera de una serie, y si se mira el reciente catálogo de Emecé, se ve que la actitud de las empresas editoriales está virando. Por otro lado, que Buenos Aires escala 1:1, sobre los barrios porteños, aparezca en Entropía (uno de los pequeños emprendimientos editoriales autogestionarios, de nacimiento reciente) completa saludablemente el panorama. Pasado en limpio: la nueva literatura argentina ya tiene cierta presencia en las vidrieras del mercado. Ahora necesitamos que los que leen en los subtes y llenan a libro abierto bares de las grandes cadenas en los fines de semana, la elijan. ¿Elijan qué? Este es el momento de repetir la pregunta inicial. 

Argentina, no te creo nada. Los que nacieron alrededor de los años 70 tienen para decir cosas demasiado diferentes de las que podemos decir quienes fuimos adolescentes o jóvenes cuando ellos nacían. ¿Elegimos escucharlas? Nueva narrativa argentina, que ya se empieza a abreviar: NNA. Y nueva poesía argentina, consciente de sí desde hace más tiempo. ¿Existen? Sebastián Hernaiz, uno de sus críticos jóvenes, advierte: no se trata de usar lo nuevo como argumento de marketing, etiqueta que se aplica previamente a las obras para venderlas como a un nuevo celular; tampoco de refugiarse en la ambigüedad que nos permite el adjetivo y sostener que es literatura nueva porque la escriben escritores que antes no estaban. “Lo nuevo es interesante cuando es constituyente del hoy, en el hoy –dice Hernaiz–; no es algo bueno o malo en sí, sino algo que pide ser pensado histórica y políticamente.” 

Entonces: ¿existe una literatura argentina que no sólo se escribe hoy sino que lo constituye, lo contiene? Respondo: sí. Y (robando la frase a Elvio Gandolfo) diría que, como toda literatura que realmente existe, tiene un piso de obras malas, franja amplia de obras dignas, pirámide de notables, Todo eso es imprescindible, todo eso va nutriendo, de un modo u otro, nuevas producciones. 

Aunque con variantes en experiencias y producción, la NNA incluye escritores nacidos después de los 70 pero también después de los 60. Es en estas franjas donde tiende a aparecer ese diferente “constituyente del hoy” que es requisito, no porque no esté en escritores de generaciones anteriores sino porque casi nunca está así. 

¿Así, cómo? Diría que la característica más distintiva de la NNA pasa por la entonación. La entonación es eso que más conecta el lenguaje con las vísceras, el cuerpo, el contexto inmediato, la valoración o actitud ante lo que nos rodea. Gritar, susurrar, acusar, quejarse, ordenar, proclamar, denunciar, explicar, dudar, bromear, ponerse serio, todo eso se manifiesta también con los tonos de la voz y la literatura también hace sonar entonaciones de papel. La narrativa anterior entona grito, acusación, proclama, denuncia, reflexión, explicación sesuda; si bromea, es con un fin serio: criticar y denunciar; si juega (como jugaron, cada uno a su modo, Cortázar o Borges), es para hacer preguntas filosóficas que no son juego. Serio concierto sinfónico que inevitablemente tendrá timbales en su parte culminante: ésa es la música de gran parte de la buena literatura anterior. La nueva se toma menos en serio. Predomina la socarronería, una semisonrisa que puede llegar a carcajada o apenas sobrevolar, pero señala siempre una distancia que no se desea recorrer: la que llevaría a tomarse demasiado en serio. 

Ninguna entonación es un invento, menos en literatura. Esto no lo inventó la NNA, resuena de modos diversos en algunos pocos escritores de generaciones anteriores, que no casualmente están entre los que más leen los nuevos, o empiezan a ser valorados como merecen sólo a partir de los 90: Hebe Uhart, Fogwill, Ana María Shua, Silvina Ocampo, César Aira (que no me gusta). Pero era una entonación marginal, poco valorada en la narrativa anterior; ahora se desplazó al centro y sus posibilidades se despliegan. Es como si lo que la Argentina hubiera enseñado a los escritores nuevos fuera breve y simple: “No me crean nada”.


Cínicos, lúcidos, bizarros

Como cualquier buena literatura, la NNA valiosa interpela con preguntas nuevas y, queriendo o no, no puede evitar poner en jaque a la sociedad que la produce. Socarronería y distancia se entienden si la gente que escribe fue bebé durante los apasionados 70 y creció mientras la mayoría de los adultos convalidaban (por acción u omisión) un genocidio y una guerra absurda, fue niña y adolescente cuando su patria se hundía sucesivamente en una sanguinolenta paz de cementerio obtenida por la dictadura, una guerra delirante también sanguinolenta, una democracia que pronto desnudó su corrupción e hipocresía, y una cínica fiesta menemista que, ante la euforia masiva, expulsó del sistema productivo a más de la mitad de los compatriotas. Si algo sabe la literatura que se gestó al calor de esta Argentina, es mirar críticamente, pero conoce en carne propia la impotencia de la crítica. Su lucidez sólo puede ser oscura; casi sin eco social, le queda gozar con su sarcasmo, cinismo e ironía. El marcado interés de la NNA por lo bizarro es, en este contexto, apenas un modo profundo de realismo.


Recorriendo novelas y cuentos

Aunque estén incompletos, aunque falten nombres, aunque muchas de estas series se entrecrucen y no haya espacio para desarrollarlas, tracemos recorridos en la NNA: 

Infancia e iniciación, narradas pocas veces desde el realismo “puro”, casi siempre desde uno agujereado por el exceso expresionista: Pablo Ramos, Selva Almada, Paula Varsavsky, Fabián Casas, Juan Incardona, Ariel Bermani. 

Textos relacionados lejanamente con el “realismo social”, ahora despojado de dramatismo y urgencia, hasta teñido de humor (Marcos Herrera, Bermani, Fabián Casas, Alejandro Parisi, Ramos), o de absurdo, o siniestro, o casi de fantástico (Alejandra Zina, Mariana Enriquez, Beatriz Vignoli, Luis Sagasti, Claudia Feld). 

Irrupciones del fantástico donde, a diferencia de Borges o Cortázar, no se busca ni un centro del mandala ni un saber (Gustavo Nielsen, Samanta Schweblin, Fernanda García Curten, Alejandro López). 

Minimalismo para narrar (según autodefinición de Félix Bruzzone) una “juventud sin prioridades”: Eduardo Muslip, Federico Falco, Romina Doval, Ignacio Molina, Claudio Zeiger (en ellos funciona, pero se está volviendo receta). Pasado en el presente: el traumático 1976 como fantasma, generaciones con la conciencia atormentada por el peso de muertos que no conocieron y por la complicidad nunca asumida de los vivos (Bruzzone, Ignacio Apolo, Mariano Dupont, Alejandra Laurencich, Patricia Suárez, Martín Kohan, Carlos Gamerro, Patricia Ratto, Mariano Pensotti, Guillermo Martínez). 

Visita cuidadosa a géneros masivos: ciencia-ficción (Alejandro Alonso), policial clásico (Guillermo Martínez, cuentos de Eloísa Suárez), policial negro expresionista (Gamerro, Vignoli, Pablo Toledo). 

El viaje, reformulado respecto de la antigua y brillante serie que trazara David Viñas (Gabriel Vommaro, Suárez, José María Brindisi, Carlos Schilling, Patricio Pron, Maximiliano Matayoshi). 

La pregunta por vivir y escribir en las fronteras, en las obras de dos orillas de Ana Kazumi Stahl y Andrés Neuman. 

La frustración política argentina: Miguel Vitagliano, Florencia Abbate, Gamerro y Pedro Mairal (en cruce con ciencia-ficción). 

Los excesos del cuerpo, como si a falta de certezas fueran lo único confiable (Fernanda García Lao, García Curten, Gabriela Liffschitz, Andrea Rabih, Viviana Lysyj, López, Gamerro). 

Fascinación crítica ante los medios masivos (Juan Terranova, Ingrid Proietto, Bettina Keizman, Mairal, Vignoli). 

Claro que muchos recorridos se entrecruzan y hay otros posibles, ¡y más nombres! Además, en las cuatro antologías de cuentos (centradas en los más jóvenes) hay obsesiones: el exilio económico y el futuro clausurado en La joven guardia; la perversión y lo bizarro en Una terraza propia; cercanías entre el sexo y el consumo mercantil, preguntas por los límites y los riesgos del placer, historias de iniciación en En celo; fascinación por los márgenes de la ciudad porteña, sarcasmo ante sus pretensiones de Primer Mundo y Europa en Buenos Aires escala 1:1. 

Como pasa con cualquier antología, las cuatro muestran panoramas con piso y techo, aunque la única que fija un límite al piso es La joven guardia, y las otras tres son demasiado permisivas. En todas faltan prólogos más profundos, y hubiéramos preferido que el gran cuentista Abelardo Castillo, en La joven guardia, leyera los escritores que presenta y no los subestimara con paternalismo (también preferiríamos que los nuevos no permitieran ese prólogo). Sin embargo, el valor de muchos cuentos (a veces la mayoría) justifica plenamente los cuatro emprendimientos. En En celo y Buenos Aires escala 1:1 sobresalen de modos distintos, junto con otros escritores, los textos de Oliverio Coelho (definitivamente, lo suyo es el cuento corto), Maximiliano Tomas, Nicolás Mavrakis, Leonardo Longhi, Federico Levín, Joaquín Linne, Sebastián Martínez Daniell, Hernán Vanoli, Josefina Licitra, Mariela Ghenadenik, Natalia Moret y Hernán Arias.


Entre el genocidio y la boda

“En marzo del ’76 desapareció papá. En agosto nací yo, el 23. Y en noviembre, dos días antes del nacimiento de mi prima Lola –con quien me casé a los veintisiete–, desapareció mamá. Mi tío Hugo –padre de Lola– dice que en el ’78 yo, frente a una TV recién comprada, ya gritaba ‘tin-tina, tin-tina’. Después de eso, y antes de casarme, pasaron varias cosas.” 

Así comienza un cuento de Félix Bruzzone, revelación de las dos últimas antologías. Y así podríamos dibujarle el marco –metafórico, metonímico, más allá de cualquier obra literaria específica, de cualquier trama y estilo– a toda la NNA: pasaron varias cosas y hay una literatura nueva que las está pensando. 

A lo mejor la sociedad argentina admite que esa tarea es urgente y le pertenece, y entonces lee lo que sus jóvenes escriben. Así, tal vez, este país deje de impartir a los que siguen naciendo su triste enseñanza: “No me creas nada”.

jueves, 1 de octubre de 2009

Juan Carlos Onetti, "Excursión".




Onetti, Juan Carlos, "Excursión", Cuentos completos, Buenos Aires, Círculo de lectores, 1975.


Veía empequeñecerse lentamente la última plataforma del tren que se alejaba entre dos anchas líneas verdes, segregando la donle estela de los rieles, fulgurantes bajo el sol de la tarde. Estaba casi solo en el andén. Al fondo, un hombre con blusa azul hacía rodar unos bultos hasta las balanzas. Alguien conversaba en la sala de espera, invisible tras los vidrios esmerilados.

-Al principio se quejaban de la comida. Pero la han mejorado mucho...

Frente a él, del otro lado de las vías, una hilera de chalets, jardines, los terrenos de la calle. Más lejos, ya en el cielo azul, un pedazo verde oscuro de eucaliptos. A la derecha, la plaza desierta, la iglesia de ladrillos, vieja y severa, con el enorme disco del reloj.

... este médico de ahora es muy bueno, se preocupa mucho... Me decía Elena cuando entraba en la sala...

El aspecto del pueblo lo entristecía. Había pagado 0.40 por aquel pedazo de cartón cuyas aristas acariciaba en el bolsillo. Ida y vuelta, segunda, 040. Acaso fuera la ciudad la causa de su tristeza. Una pequeña evasión, unas horas olvidado de las casas del comercio, de los apresurados hombres de la calle, de las músicas de los cafés, de las multitudes, de los espectáculos...

Pero no era ahí donde quería ir. No encontraría lo que buscaba en las viejas casas de piedra que rodeaban la plaza; en la fila de coches en escombros; en el grupo que discutía frente al almacén de paredes rosadas. No no era aquello. Campo quería él. Había comprado 0.40 de campo e iba a caminar hasta encontrarlo.

Hizo girar una cruz horizontal de palo y tomó una calle en pendiente. A un lado, una quinta enorme, con árboles asomándose sobre el muro. A ratos podía ver para adentro, por los grandes portones de madera. Un gran pedazo de césped grisáceo rodeado de pinos; bancos de piedra junto a la fuente sin agua. Pero al otro lado tenía, separado de él por las cinco líneas de alambre, un principio de campo. Un pasto amarillento curvado por la brisa y más atrás, los enormes cuadrilongos de los plantíos. La casa ennegrecida y vieja junto al pozo de ladrillos, la carreta descansando sobre las varas.

Se acercó a los alambres, arrancando un largo tallo que empezó a mascar lentamente. Alguien cantaba; una extranjera voz de mujer. Siguió caminando despacio, las manos hundidas en los bolsillos del pantalón, el sombrero hacia atrás, al aire la frente sudorosa. La voz aguda y alegre que se acercaba a él desde las tupidas enredaderas, como si fuera el simple saludo de la naturaleza.

-... ya todos duermen mi canto que la montaña repite... Acaso no fuera posible vivir siempre allí. Pero en cuanto comenzara a insinuarse la primavera... Huir de la ciudad, meterse en una casita cualquiera, perdida en los costados de la cuchilla que se azulaba en la distancia. Soloi. Hacerse la comida con sus manos, cuidar los árboles... Se veía, medio cuerpo desnudo, altas botas, tostado el rostro dentro de la barba. ¿Qué necesitaría? Un caballo, tal vez un perro, una escopeta, su pipa, libros. Trabajar por la mañana en lo que quisiera; dulzura de las uvas, piel de durazno, aroma de plantas y tierra bajo el sol. Dejarse llevar por el caballo, lejos, tirándose a descansar en la sombra que encontrara propicia. Hacer correr el animal sudoroso, suelto su pelo al aire, la camisa abierta, excitándose con el golpear de los cascos. Desencillar con las primeras estrellas en la pureza del cielo, una mueca de cansancio felíz en la boca. El sillón junto a la noche campesina, llena de estremecimientos, que se extendía por la tierra en descanso ahondando en los pliegues del terreno, en las charcas vidriosas, en la blancura de los caminos silenciosos de luna. La pipa y un libro. Absoluta soledad de su alma, fantástica libertad de todo su ser, purificado y virgen como si comenzara a divisar el mundo. Paz; no paz de tregua, sino total y definitiva, Paz como una dulzura resbalando en las venas, mientras el sueño iba aflojándole el cuerpo encima del sillón y los ojos perezosos dejaban el libro para seguir las curvas de los escarabajos alrededor de la luz amarilla.

Junto a la puertita medio tumbada, dos niños rubios lo contemplaban curiosamente. El mayor acariciaba el suelo con los sucios pies descalzos, mientras el otro, con una camisa blanca que se adivinaba recién lavada, desnudas las piernas y el vientre, levantaba hasta él los grandes ojos azules, como dos flores de la enredadera que envolvía firmemente el cerco. Descubrió la mujer que cantaba. Tenía un pañielo rojo en la cabeza y los cobrizos brazos desnudos se movían sin tregua encima de la tina.

Sonrió alegremente como si la escena que se le había revelado de improviso, llena de una poesía lejana y primitiva, le hubiera sonreído primeramente y él contestara ahora. Sintió su propia sonrisa, sencilla como un trozo, estirándole la boca. Una tenue sensación de sosiego se levantó en su alma, suavemente... suavemente, como asciende por los cielos la gran luna llena de color naranja.

Marchaba por la tierra seca, pisando las huellas dejadas por pesados carros. Carros cargados de verdura y fruta, que pasaban tambaleantes hacia la ciudad cuando recién el día tentaba una raya de luz en el horizonte.
Carros con tres caballos viejos y corpulentos, con el conductor dormitando en el pescante y un rojizo farol oscilando entre las ruedas.
  

El Teatro Colón