lunes, 23 de noviembre de 2009

Katherine Mansfield

Una mente tremendamente sensible


 
Hernán Diez
 
El Diario de Katherine Mansfield (1888–1923) fue publicado por primera vez en 1933 por su esposo, John Middleton Murry.
  
En su diario, Mansfield hace anotaciones sobre sus lecturas (Dostoievski, Tolstoi, Chejov, Nietzsche, Henry James, Shakespeare y Jean Austen son algunos de los autores que ha frecuentado), bosqueja relatos y apunta ideas para escribir otros, reflexiona constantemente sobre la creación literaria y sobre su literatura. También están apuntadas las distintas impresiones que tiene sobre su entorno, sobre su propia vida. Están sus dudas, sus angustias, sus alegrías, sus anhelos... Todo eso también está, pero consustanciado con lo anterior.
  
Una de las ediciones del diario está prologada por Virginia Woolf.[1] El título de ese prólogo es: “Una mente tremendamente sensible”. La sensibilidad (tremenda e implacable) que Virginia Woolf advierte en Mansfield se ensaya en su diario. Una sensibilidad que tal vez se remonta a la mítica hermana de Shakespeare y posteriormente a novelistas como Jean Austen y las hermanas Brönte. Sobre todo, es un diario escrito por alguien que ha comprendido que una parte importante de su trabajo como escritora consiste en forjar esa sensibilidad.
La entrada que transcribo a continuación pudo ser escrita entre el 27 y el 30 de octubre de 1921.
  
“Octubre. Me pregunto por qué debe ser tan difícil ser humilde. No creo ser una buena escritora; me doy cuenta de mis fallas mejor que cualquier otra persona. Sé exactamente dónde fallo. Y sin embargo, cuando he terminado una historia y he empezado otra, me sorprendo a mí misma componiendo mis plumas. Es desalentador. Parece haber algún orgullo malo y antiguo en mi corazón; una raíz que saca un grueso vástago a la menor provocación... Esto interfiere mucho con mi obra. No se puede ser calmo, claro, bueno como se debe, mientras eso dura. Miro las montañas, trato de orar y pienso en algo inteligente. Es una especie de exitación interior, que no debería ser. Cálmate. Despéjate. Todo lo que escriba en este estado de ánimo no será bueno; estará cargado de sedimento. Si estuviese bien, saldría sola y me sentaría bajo un árbol. Se debe aprender, se debe practicar olvidarse de uno mismo. No puedo decir la verdad sobre tía Anne a menos que esté libre para mirar su vida sin conciencia de mí misma. ¡Oh, Dios! Sigo dividida. Soy mala. Fallo en mi vida personal. Caigo en la impaciencia, el mal carácter, la vanidad, y así fallo como tu sacerdotisa. Tal vez la poesía me ayude.
  

Acabo de limpiar y de arreglar mi lapicera fuente. Si después de esto sigue perdiendo, ¡no es una dama!”


Mansfield, Katherine, Diario, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1978. La traducción es de Antonio Bonanno.
  

[1] Aparentemente existe una edición española, pero se encuentra agotada. El prólogo referido puede ser consultado en: La máquina del tiempo
  

domingo, 15 de noviembre de 2009

martes, 3 de noviembre de 2009

Entrevista / Alejandra Zina

Hace una semana le envié a Alejandra Zina* unas preguntas por correo electrónico. Me dijo que no había problema, que en unos días me daba las respuestas. Aquí están:
  
Uno podría imaginarse una situación ideal por la cual se llega a la publicación de un libro de cuentos: en un momento dado, nos encontramos ante una serie de textos que pueden reunirse en un libro de acuerdo con ciertas afinidades. ¿Cómo es que tu trabajo como escritora derivó en la publicación de Lo que se pierde?

Si existió esa situación ideal no la vi yo, sino Selva Almada, escritora prodigiosa y entonces editora de Carne Argentina. Creo que fue diciembre de 2004 o verano de 2005. Hacía calor. Estábamos en el altillo de su casa del Pasaje Vintter, Caballito, tomando cerveza y charlando sobre libros de otros, cuando me preguntó si no había pensado en publicar mis cuentos. Una pregunta que enseguida se volvió propuesta. Como ella los conocía, empezó a nombrarme aquellos relatos que tenían una atmósfera común. Como si quisiera juntar a los parientes desperdigados de una misma familia. Gente que busca gente. Cuento que busca cuento. No le costó demasiado convencerme. La primera selección se llamó Carioca (como uno de los cuentos incluidos), lo presenté al subsidio del Fondo Metropolitano y no salió. Hice cambios en la selección y en el título, porque Carioca me parecía equívoco y poco abarcativo. Lo reemplacé por Lo que se pierde y ahí, paradojicamente, gané el subsidio. El libro salió en noviembre de 2005, después de varios meses de trabajo en la corrección, edición y presentación al público. Entre las editoriales independientes, Carne Argentina se distinguía por el cuidado de sus ediciones y las presentaciones que incluían cierta puesta en escena.

En Lo que se pierde, ¿hay cuentos que se aproximan más que otros a tus trabajos más recientes? ¿Cuáles serían esos textos?
  
No lo hago hace tiempo, pero supongo que releer aquellos cuentos sería como ver fotos de mi infancia. Soy yo y soy otra. ¿Cuáles se acercan a lo que soy ahora y cuáles no? En algún punto, todos se acercan y todos se alejan. Hace pocos días salió en España una antología [1] que incluye “Baldío”, es el único que volví a leer para reeditar. Es un cuento que quiero especialmente porque me costó varios borradores. No sé si es mejor que los otros, pero lo que cuesta se saborea más.
  
Si vieras todo lo que has escrito hasta hoy como un trayecto, ¿qué cambios te parecen más significativos?
  
Al principio, escribir ficción fue una catarsis. Yo estudiaba Letras en la universidad y antes de terminar la carrera me di cuenta de que no conseguiría una beca para hacer un master en Princeton o Nueva York. Y que tampoco soñaba con brillar en la arena académica, yo me imaginaba escribiendo novelas. Aunque tenía varios profesores escritores que hacían muy bien ambas cosas, como Martín Kohan, Carlos Gamerro, Aníbal Jarkowsky, Miguel Vitagliano. Apenas me gradué, empecé a leer como loca lo que me daba la gana. En parte, para quitarme de encima la borra de Puán: prejuicios, imposturas, jergas intimidatorias. En la facultad conocí obras y autores que me maravillaron, estoy infinitamente agradecida por haber conocido a Stendhal, Rabelais, Juan Ele, Copi, Saer, Mansilla, los leí con pasión, pero toda esta gracia viene con yapa: la fuerza de choque del poder simbólico.
  
Empecé a escribir ficción en un curso de guión cinematográfico y después pasé al taller de Alberto Laiseca. Por eso digo que al principio fue una catarsis. En los años que siguieron entendí que me había metido en un trabajo tremendo e interminable. LAI es una cruza de maestro zen y general prusiano. Las lecciones se aprenden a largo plazo, el famoso persevera y triunfarás. La palabra trayecto me gusta, como si escribir fuera una especie de road movie, de crecimiento por acumulación de experiencias. Trabajo para que cada historia salga mejor que la anterior, para que los personajes sean cada vez más vívidos y para decirlo en un lenguaje personal. Con el tiempo me di cuenta de que me interesan ciertos sentimientos en particular, como el miedo y aquello que lo provoca. Por eso disfruto leer y ver policiales, thriller, suspenso, terror. Lo hago para divertirme, pero también para soltar todas esas emociones no civilizadas que están bajo llave.
  
¿Cómo corregís tus textos?
  
Salvo con las historias de tranco largo que las dejo correr para no perder el ritmo de escritura, corrijo mientras lo hago y al terminar.
  
¿Qué lecturas pensás que han marcado tu escritura?
  
Me acuerdo más de las lecturas que no me dejaban dormir o las que me hacían olvidar todo lo que pasaba alrededor.Conscientemente, reconozco a Puig, Carver, King, Capote, Matheson, pero debe haber otros. Me acuerdo más de las lecturas que no me dejaban dormir o las que me hacían olvidar todo lo que pasaba alrededor.

¿Qué lugar tiene la literatura actual en tu trabajo?

De concubinato. Convivencia sin instituciones de por medio.


[1] Un nudo en la garganta. Quince cuentos canallas (Trama Editora, Madrid, 2009).

 
* Alejandra Zina nació en Buenos Aires en 1973. Publicó dos antologías: Erótica Argentina (Buenos Aires, Atril, 2000) y, en coautoría, En primera persona. Correspondencia argentina en dos siglos (Buenos Aires, Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, 2004). Lo que se pierde, su primer libro de cuentos, fue publicado en 2005 por la editorial “Carne Argentina”. Da talleres de escritura en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica.