sábado, 10 de noviembre de 2012

Paulo Freire

Freire, Paulo, El grito manso, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008.


"Nadie opta por la miseria. En Río de Janeiro, un hombre que organiza una de las escolas de samba del carnaval dijo una vez una gran verdad: 'Sólo a los intelectuales pequeñoburgueses les gusta la miseria. Al pueblo le gustan las cosas bonitas'. Obviamente al pueblo le gusta el bienestar, aquello que no puede tener. Lo que nosotros debemos querer no es que el pueblo siga en la miseria, sino que supere la miseria. Hay que pelear para que el pueblo viva bien, para que tenga camisas como ésta, la que en los años setenta hubiera sido considerada señal de burguesía. Hay que democratizar las cosas buenas y no suprimirlas. Yo no rechazo las cosas burguesas, sino la concepción burguesa de la vida. Hay que superar algunos equívocos del pasado, como pensar que la solidaridad con los oprimidos es una cuestión geográfica, que es necesario salir del área elegante de la ciudad e ir a vivir en la miseria para entonces sí ser absolutamente solidario con los oprimidos".

jueves, 25 de octubre de 2012

Jornadas Macedonio Fernández

Escritores y críticos literarios debaten en torno a la vida y obra de Macedonio Fernández. Participan Ricardo Piglia, Noé Jitrik , Horacio González,Germán García, Ana María Camblong, Liliana Heer, Luis Chitarroni, entre otros.

El Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, la Biblioteca Nacional y el Malba, convocan a un grupo de escritores y críticos literarios para debatir en torno a la vida y la obra de Macedonio Fernández.

El cuerpo de escritura siempre vivo y provocativo de Macedonio, ubicado en la encrucijada del modernismo y la vanguardia, habilita la revisión desde las múltiples inflexiones de la teoría literaria contemporánea.

Las actividades comienzan el día 30 en la Biblioteca Nacional, y cierran el 31 en la sede del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires.


30 y 31 de octubre | 14:30 a 21 hs. 
                            Biblioteca Nacional | Malba

Programa

Martes 30 | Biblioteca Nacional

Auditorio Jorge Luis Borges
14:30 hs. | Presentación | Horacio González y Roberto Ferro

15 hs. | Apertura | Ricardo Piglia


15:30 hs. | Macedonio y vida

Mario Goloboff: “Un profeta porteño”
Álvaro Abós: “Macedonio Fernández, un escritor profesional”
Mónica Bueno: “Experiencia y comunidad en Macedonio Fernández”
Sala Augusto Raúl Cortazar

17 hs. | Macedonio y la lectura

Emanuele Leonardi: “Macedonio: percibidor abstracto del mundo"
Liliana Reales: “Comentario, discusión, reflexión, reescritura, prólogo: Macedonio evocado por Carlos Liscano”
Roberto Ferro: “Macedonio y los linajes de la narrativa literaria argentina”

19 hs. | Macedonio y los ensayos transversales

Ana María Camblong: "Intimidad de un pensamiento desacatado"
Horacio González: “Macedonio y los objetos”
Gabriel Sada: “Macedonio Fernández. Comodidades filosóficas”

Miércoles 31 | Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415

14 hs. | Macedonio y el pensar filosofando
Jorge Alejandro Braccamonte: "Teorías del arte, experimentación y crítica política"
Marisa Alejandra Muñoz Arrepol: "Macedonio Fernández en la intersección de las experiencias metafísica, pasional y mística"
Dante Esteban Aimino: "Macedonio Fernández: algunos problemas actuales de su crítica filosófica"

16 hs. | Macedonio y la novela

Luis Chitarroni: “Macedonio: las novelas que comienzan”
Cecilia Salmerón Tellechea: "Macedonio: primer-último lector malo-bueno"
Marcelo Damiani: "Prólogos del Museo: Macedonio y una secreta promesa del porvenir"

18 hs. | Macedonio, archivos y bibliotecas

Carlos García: “Un Museo, muchos Museos. Filología y práctica editorial”
Jorge Monteleone: “Macedonio poeta"
Germán García: “Macedonio Fernández, mística porque sí”

19:30 hs. | Para empezar aplaudiendo: "Sin apremio por concluir"

Texto: Liliana Heer
Lectura e interpretación: Marcelo Savignone
Musicalización: Cecilia Campos

20:30 hs. | Cierre
Noé Jitrik

martes, 9 de octubre de 2012

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

Testo di Cesare Pavese. Prodotto da nuoviautori.org, regia Andrea Galli, fotografia Adina Spire, colonna sonora Andrea Galli



Verrà la morte e avrà i tuoi occhi

Verrà la morte e avrà i tuoi occhi
questa morte che ci accompagna
dal mattino alla sera, insonne,
sorda, come un vecchio rimorso
o un vizio assurdo. I tuoi occhi
saranno una vana parola,
un grido taciuto, un silenzio.
Cosí li vedi ogni mattina
quando su te sola ti pieghi
nello specchio. O cara speranza,
quel giorno sapremo anche noi
che sei la vita e sei il nulla.
Per tutti la morte ha uno sguardo.
Verrà la morte e avrà i tuoi occhi.
Sarà come smettere un vizio,
come vedere nello specchio
riemergere un viso morto,
come ascoltare un labbro chiuso.
Scenderemo nel gorgo muti.


Vendrá la muerte y tendrá tus ojos 

(Versión de Carles José i Solsora)

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esta muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto. Tus ojos
serán una palabra inútil,
un grito callado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola te inclinas
ante el espejo. Oh, amada esperanza,
aquel día sabremos, también,
que eres la vida y eres la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
asomar un rostro muerto,
como escuchar un labio ya cerrado.
Mudos, descenderemos al abismo.

sábado, 6 de octubre de 2012

Aguafuertes escolares

El Departamento de Humanidades de la Universidad Pedagógica (UNIPE) y el Departamento de Lengua y Literatura del Instituto de Enseñanza Superior Nº 1 Alicia Moreau de Justo coorganizan por primera vez estas jornadas.

¿Cómo alguien que “escribe mal” se transforma en un escritor de culto en la escuela? A setenta años de la muerte de Roberto Arlt, estas jornadas se proponen reflexionar –desde la presencia de su obra en la cotidianeidad de las clases de Lengua y Literatura– en los complejos procesos de legitimación de los saberes escolares acerca de la literatura, en la relación entre estos saberes y los saberes académicos y en los modos con que los lectores escolares se apropian de los sentidos cuando leen y escriben en el aula.

Áreas temáticas:

- Experiencias de lectura y escritura alrededor de Roberto Arlt en la escuela y en ámbitos de educación no formal.
- El canon escolar arltiano: apropiaciones y rescrituras.
- Formar lectores y escritores de literatura: el rol de la escuela.
- Criterios de selección de textos literarios y formación de lectores.
- Teoría literaria y literatura: posibles articulaciones en la enseñanza de la literatura.
- Abordajes interdisciplinarios.
-  El lugar de la obra de Arlt en la formación docente.


Se esperan trabajos en los que –lejos de divulgar conocimientos del área– se analicen problemáticas y/o experiencias de trabajo que habiliten la puesta en discusión de los conceptos-eje de las Jornadas. Los expositores podrán enviar ponencias o aguafuertes.
Se ofrecerán conferencias plenarias y paneles.

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jueves, 20 de septiembre de 2012

Augusto Monterroso



La oveja negra

En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

viernes, 31 de agosto de 2012

Yasunari Kawabata

Kawabata, Yasunari, Lo bello y lo triste (1965), Buenos Aires, Emecé, 2011. 


"El tiempo pasó. Pero el tiempo se divide en muchas corrientes. Como en un río, hay una corriente central rápida en algunos sectores y lenta, hasta inmóvil, en otros. El tiempo cósmico es igual para todos, pero el tiempo humano difiere con cada persona. El tiempo corre de la misma manera para todos los seres humanos; pero todo ser humano flota de distinta manera en el tiempo".

sábado, 5 de mayo de 2012

Octavio Paz

Más allá del amor

Todo nos amenaza:
el tiempo, que en vivientes fragmentos divide
al que fui
del que seré,
como el machete a la culebra;
la conciencia, la transparencia traspasada,
la mirada ciega de mirarse mirar;
las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba,
el agua, la piel:
nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan,
murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba.
Ni el sueño y su pueblo de imágenes rotas,
ni el delirio y su espuma profética,
ni el amor con sus dientes y uñas, no bastan.
Más allá de nosotros,
en las fronteras del ser y el estar,
una vida más vida nos reclama.
Afuera la noche respira, se extiende,
llena de grandes hojas calientes,
de espejos que combaten:
frutos, garras, ojos, follajes,
espaldas que relucen,
cuerpos que se abren paso entre otros cuerpos.
Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma,
de tanta vida que se ignora y se entrega:
tú también perteneces a la noche.
Extiéndete, blancura que respira,
late, oh estrella repartida, copa,
pan que inclinas la balanza del lado de la aurora,
pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida.

jueves, 12 de abril de 2012

Horst P. Horst

Horst Paul Albert Bohrmann nació el 14 de agosto de 1906 en Weimar, Alemania. A finales de los años 20, viaja a París y estudia arquitectura con Le Corbusier. Su trabajo como fotógrafo está ligado, sobre todo, al mundo de la moda y muchas de sus fotografías fueron publicadas en la prestigiosa revista Vogue. En 1937 viaja a Nueva York y allí conoce a Coco Chanel, con quien trabaja durante más de treinta años. Murió en Palm Beach, Estados Unidos, el 18 de noviembre de 1999. 


En El ABC de la fotografía*, se señala que “a los nuevos fotógrafos del período de entre-guerras les gustaba pensar que eran ingenieros e incluso artesanos, que hacían un trabajo relacionado ante todo con el sentido del tacto". En la fotografía Corsé rosa de satén de Mainbocher, ese efecto se promueve a partir de la tensión que existe entre los cintas tirantes que sujetan el corsé y aquellas que se extienden con languidez sobre el banco.


corset_home

* El A B C de la fotografía, New York, Phaidon, 2010.

miércoles, 4 de abril de 2012

El retrato postergado

Un documental sobre Haroldo Conti, realizado con el apoyo del I.N.C.A.A. (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales). Director: Andrés Cuervo. 


Sinopsis: “El retrato postergado” gira en torno a la relación que tuvo el escritor desaparecido Haroldo Pedro Conti con un joven realizador cinematográfico llamado Roberto Cuervo, a mediados de la década del 70 en Argentina. 


Haroldo recorre un período de viraje estético, en el que pasa de una literatura costumbrista a otra de alto compromiso político, cuando entabla amistad con Roberto quien comienza a filmarlo para componer un Retrato Humano. Durante los años de la última dictadura argentina Haroldo es secuestrado y asesinado, sin conocerse aún datos de su destino ni de sus restos. Roberto Cuervo, por su parte, muere en un trágico accidente dejando solos a su mujer Cristina, viuda a los veinticinco años, y a su único hijo Andrés. 


Hoy el tiempo ha pasado; Andrés Cuervo recupera el material filmado por su padre y completa la película dando cierre así al trabajo comenzado por Roberto hace treinta años.


martes, 20 de marzo de 2012

Fantásticos libros voladores

“Los fantásticos libros voladores del Sr Morris Lessmore”. Así se titula el cortometraje dirigido por William Joyce y Brandon Oldenburg que resultó ganador del Oscar 2012 a la mejor animación. 

lunes, 19 de marzo de 2012

Lectura y Experiencia

Lectura y Experiencia. Formación de Docentes Iniciadores en la Lectura Literaria.

Curso de Perfeccionamiento Docente / Año 2012

Profesoras: Elisa M. Salzmann e Isabel Vassallo.

Modalidad: Semipresencial.

Frecuencia: Dos encuentros por mes.

Horario: Sábados de 10:00  a 12:00.

Inscripción: Desde el 21 de marzo en Secretaría del Instituto Superior del Profesorado “J.V. González”, hasta el día del inicio del Curso, 14 de abril, en oportunidad de su apertura.

Sede: Ayacucho 632, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Horarios de atención en Secretaría: lunes a viernes de 9:30 a 11:30; 14:30 a 16:30 y 18:30 a 20:30.*

El curso seminario-taller se llevará a cabo en aula  por determinar, a lo largo del  año lectivo 2012, entre el 14 de abril y el 17de noviembre.   

Primer encuentro: tendrá lugar el sábado 14 de abril.

Objetivo: El objetivo primordial de este curso es formar a los docentes como multiplicadores de experiencias productivas de lectura literaria, para lo cual se trabajará con un corpus literario y un corpus  teórico. Para interiorizarse en la propuesta, se sugiere leer el documento más abajo, acompañado por el cronograma de lecturas del curso/seminario/taller.

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miércoles, 14 de marzo de 2012

Persépolis



Persépolis está escrita y dibujada por Marjane Satrapi. El cómic, publicado en Francia por L'Association, consta de cuatro entregas (entre noviembre de 2000 y septiembre de 2003) y fue realizado en blanco y negro. La editorial Norma ha publicado una versión en español. 

El 27 de junio de 2007 se estrenó en Francia la película, que es una adaptación de los dos primeros álbumes. La dirección del film estuvo a cargo de Satrapi y de Vincent Paronnaud. 


Persépolis narra la historia de vida de la iraní Marjane Satrapi. El punto de vista desde el que se relata la primera parte es el de la niña Marjane, la protagonista. Desde esa perspectiva se enfocan los conflictos políticos de su entorno. La opresión que ejercía sobre ella el régimen islámico la conduce a abandonar su país y es entonces que comienza un derrotero que culmina con el retorno a Irán. En ese trayecto, que coincide con su adolescencia, conoce el punk, a Iron Maiden y ABBA. Las condiciones de vida de la mujer en un régimen totalitario, el amor, la soledad, la libertad y la identidad cultural son los principales temas que se desarrollan en torno a una vida que no encuentra su lugar. 

jueves, 8 de marzo de 2012

Manuel Mujica Lainez

Mujica Lainez, Manuel, Misteriosa Buenos Aires (1950), Bs. As., Sudamericana, 1985.
 
El hambre
Alrededor de la empalizada desigual que corona la meseta frente al río, las hogueras de los indios chisporrotean día y noche. En la negrura sin estrellas meten más miedo todavía. Los españoles, apostados cautelosamente entre los troncos, ven al fulgor de las hogueras destrenzadas por la locura del viento, las sombras bailoteantes de los salvajes. De tanto en tanto, un soplo de aire helado, al colarse en las casucas de barro y paja, trae con él los alaridos y los cantos de guerra. Y en seguida recomienza la lluvia de flechas incendiarias cuyos cometas iluminan el paisaje desnudo. En las treguas, los gemidos del Adelantado, que no abandona el lecho, añaden pavor a los conquistadores. Hubieran querido sacarle de allí; hubieran querido arrastrarle en su silla de manos, blandiendo la espada como un demente, hasta los navíos que cabecean más allá de la playa de toscas, desplegar las velas y escapar de esta tierra maldita; pero no lo permite el cerco de los indios. Y cuando no son los gritos de los sitiadores ni los lamentos de Mendoza, ahí está el angustiado implorar de los que roe el hambre, y cuya queja crece a modo de una marea, debajo de las otras voces, del golpear de las ráfagas, del tiroteo espaciado de los arcabuces, del crujir y derrumbarse de las construcciones ardientes.
Así han transcurrido varios días; muchos días. No los cuentan ya. Hoy no queda mendrugo que llevarse a la boca. Todo ha sido arrebatado, arrancado, triturado: las flacas raciones primero, luego la harina podrida, las ratas, las sabandijas inmundas, las botas hervidas cuyo cuero chuparon desesperadamente. Ahora jefes y soldados yacen doquier, junto a los fuegos débiles o arrimados a las estacas defensoras. Es difícil distinguir a los vivos de los muertos.
Don Pedro se niega a ver sus ojos hinchados y sus labios como higos secos, pero en el interior de su choza miserable y rica le acosa el fantasma de esas caras sin torsos, que reptan sobre el lujo burlón de los muebles traídos de Guadix, se adhieren al gran tapiz con los emblemas de la Orden de Santiago, aparecen en las mesas, cerca del Erasmo y el Virgilio inútiles, entre la revuelta vajilla que, limpia de viandas, muestra en su tersura el “Ave María” heráldico del fundador.
El enfermo se retuerce como endemoniado. Su diestra, en la que se enrosca el rosario de madera, se aferra a las borlas del lecho. Tira de ellas enfurecido, como si quisiera arrastrar el pabellón de damasco y sepultarse bajo sus bordadas alegorías. Pero hasta allí le hubieran alcanzado los quejidos de la tropa. Hasta allí se hubiera deslizado la voz espectral de Osorio, el que hizo asesinar en la playa del Janeiro, y la de su hermano don Diego, ultimado por los querandíes el día de Corpus Christi, y las otras voces, más distantes, de los que condujo al saqueo de Roma, cuando el Papa tuvo que refugiarse con sus cardenales en el castillo de Sant Angelo. Y si no hubiera llegado aquel plañir atroz de bocas sin lenguas, nunca hubiera logrado eludir la persecución de la carne corrupta, cuyo olor invade el aposento y es más fuerte que el de las medicinas. ¡Ay!, no necesita asomarse a la ventana para recordar que allá afuera, en el centro mismo del real, oscilan los cadáveres de los tres españoles que mandó a la horca por haber hurtado un caballo y habérselo comido. Les imagina, despedazados, pues sabe que otros compañeros les devoraron los muslos.
¿Cuándo regresará Ayolas, Virgen del Buen Aire? ¿Cuándo regresarán los que fueron al Brasil en pos de víveres? ¿Cuándo terminará este martirio y partirán hacia la comarca del metal y de las perlas? Se muerde los labios, pero de ellos brota el rugido que aterroriza. Y su mirada turbia vuelve hacia los platos donde el pintado escudo del Marqués de Santillana finge a su extravío una fruta roja y verde.
Baitos, el ballestero, también imagina. Acurrucado en un rincón de su tienda, sobre el suelo duro, piensa que el Adelantado y sus capitanes se regalan con maravillosos festines, mientras él perece con las entrañas arañadas por el hambre. Su odio contra los jefes se torna entonces más frenético. Esa rabia le mantiene, le alimenta, le impide echarse a morir. Es un odio que nada justifica, pero que en su vida sin fervores obra como un estímulo violento. En Morón de la Frontera detestaba al señorío. Si vino a América fue porque creyó que aquí se harían ricos los caballeros y los villanos, y no existirían diferencias. ¡Cómo se equivocó! España no envió a las Indias armada con tanta hidalguía como la que fondeó en el Río de la Plata. Todos se las daban de duques. En los puentes y en las cámaras departían como si estuvieran en palacios. Baitos les ha espiado con los ojos pequeños, entrecerrándolos bajo las cejas pobladas. El único que para él algo valía, pues se acercaba a veces a la soldadesca, era Juan Osorio, y ya se sabe lo que pasó: le asesinaron en el Janeiro. Le asesinaron los señores por temor y por envidia. ¡Ah, cuánto, cuánto les odia, con sus ceremonias y sus aires! ¡Como si no nacieran todos de idéntica manera! Y más ira le causan cuando pretenden endulzar el tono y hablar a los marineros como si fueran sus iguales. ¡Mentira, mentiras! Tentado está de alegrarse por el desastre de la fundación que tan recio golpe ha asestado a las ambiciones de esos falsos príncipes. ¡Sí! ¿Y por qué no alegrarse?
El hambre le nubla el cerebro y le hace desvariar. Ahora culpa a los jefes de la situación. ¡El hambre!, ¡el hambre!, ¡ay!; ¡clavar los dientes en un trozo de carne! Pero no lo hay... no lo hay... Hoy mismo, con su hermano Francisco, sosteniéndose el uno al otro, registraron el campamento. No queda nada que robar. Su hermano ha ofrecido vanamente, a cambio de un armadillo, de una culebra, de un cuero, de un bocado, la única alhaja que posee: ese anillo de plata que le entregó su madre al zarpar de San Lúcar y en el que hay labrada una cruz. Pero así hubiera ofrecido una montaña de oro, no lo hubiera logrado, porque no lo hay, porque no lo hay. No hay más que ceñirse el vientre que punzan los dolores y doblarse en dos y tiritar en un rincón de la tienda.
El viento esparce el hedor de los ahorcados. Baitos abre los ojos y se pasa la lengua sobre los labios deformes. ¡Los ahorcados! Esta noche le toca a su hermano montar guardia junto al patíbulo. Allí estará ahora, con la ballesta. ¿Por qué no arrastrarse hasta él? Entre los dos podrán descender uno de los cuerpos y entonces...
Toma su ancho cuchillo de caza y sale tambaleándose.
Es una noche muy fría del mes de junio. La luna macilenta hace palidecer las chozas, las tiendas y los fuegos escasos. Dijérase que por unas horas habrá paz con los indios, famélicos también, pues ha amenguado el ataque. Baitos busca su camino a ciegas entre las matas, hacia las horcas. Por aquí debe de ser. Sí, allí están, allí están, como tres péndulos grotescos, los tres cuerpos mutilados. Cuelgan, sin brazos, sin piernas... Unos pasos más y los alcanzará. Su hermano andará cerca. Unos pasos más...
Pero de repente surgen de la noche cuatro sombras. Se aproximan a una de las hogueras y el ballestero siente que se aviva su cólera, atizada por las presencias inoportunas. Ahora les ve. Son cuatro hidalgos, cuatro jefes: don Francisco de Mendoza, el adolescente que fuera mayordomo de don Fernando, Rey de los Romanos; don Diego Barba, muy joven, caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén; Carlos Dubrin, hermano de leche de nuestro señor Carlos V; y Bernardo Centurión, el genovés, antiguo cuatralbo de las galeras del Príncipe Andrea Doria.
Baitos se disimula detrás de una barrica. Le irrita observar que ni aun en estos momentos en que la muerte asedia a todos han perdido nada de su empaque y de su orgullo. Por lo menos lo cree él así. Y tomándose de la cuba para no caer, pues ya no le restan casi fuerzas, comprueba que el caballero de San Juan luce todavía su roja cota de armas, con la cruz blanca de ocho puntas abierta como una flor en el lado izquierdo, y que el italiano lleva sobre la armadura la enorme capa de pieles de nutria que le envanece tanto.
A este Bernardo Centurión le execra más que a ningún otro. Ya en San Lúcar de Barrameda, cuando embarcaron, le cobró una aversión que ha crecido durante el viaje. Los cuentos de los soldados que a él se refieren fomentaron su animosidad. Sabe que ha sido capitán de cuatro galeras del Príncipe Doria y que ha luchado a sus órdenes en Nápoles y en Grecia. Los esclavos turcos bramaban bajo su látigo, encadenados a los remos. Sabe también que el gran almirante le dio ese manto de pieles el mismo día en que el Emperador le hizo a él la gracia del Toisón. ¿Y qué? ¿Acaso se explica tanto engreimiento? De verle, cuando venía a bordo de la nao, hubieran podido pensar que era el propio Andrea Doria quien venía a América. Tiene un modo de volver la cabeza morena, casi africana, y de hacer relampaguear los aros de oro sobre el cuello de pieles, que a Baitos le obliga a apretar los dientes y los puños. ¡Cuatralbo, cuatralbo de la armada del Príncipe Andrea Doria! ¿Y qué? ¿Será él menos hombre, por ventura? También dispone de dos brazos y de dos piernas y de cuanto es menester...
Conversan los señores en la claridad de la fogata. Brillan sus palmas y sus sortijas cuando las mueven con la sobriedad del ademán cortesano; brilla la cruz de Malta; brilla el encaje del mayordomo del Rey de los Romanos, sobre el desgarrado jubón; y el manto de nutrias se abre, suntuoso, cuando su dueño afirma las manos en las caderas. El genovés dobla la cabeza crespa con altanería y le tiemblan los aros redondos. Detrás, los tres cadáveres giran en los dedos del viento.
El hambre y el odio ahogan al ballestero. Quiere gritar mas no lo consigue y cae silenciosamente desvanecido sobre la hierba rala.
Cuando recobró el sentido, se había ocultado la luna y el fuego parpadeaba apenas, pronto a apagarse. Había callado el viento y se oían, remotos, los aullidos de la indiada. Se incorporó pesadamente y miró hacia las horcas. Casi no divisaba a los ajusticiados. Lo veía todo como arropado por una bruma leve. Alguien se movió, muy cerca. Retuvo la respiración, y el manto de nutrias del capitán de Doria se recortó, magnífico, a la luz roja de las brasas. Los otros ya no estaban allí. Nadie: ni el mayordomo del Rey, ni Carlos Dubrin, ni el caballero de San Juan. Nadie. Escudriñó en la oscuridad. Nadie: ni su hermano, ni tan siquiera el señor don Rodrigo de Cepeda, que a esa hora solía andar de ronda, con su libro de oraciones.
Bernardo Centurión se interpone entre él y los cadáveres: sólo Bernardo Centurión, pues los centinelas están lejos. Y a pocos metros se balancean los cuerpos desflecados. El hambre le tortura en forma tal que comprende que si no la apacigua en seguida enloquecerá. Se muerde un brazo hasta que siente, sobre la lengua, la tibieza de la sangre. Se devoraría a sí mismo, si pudiera. Se troncharía ese brazo. Y los tres cuerpos lívidos penden, con su espantosa tentación... Si el genovés se fuera de una vez por todas... de una vez por todas... ¿Y por qué no, en verdad, en su más terrible verdad, de una vez por todas? ¿Por qué no aprovechar la ocasión que se le brinda y suprimirle para siempre? Ninguno lo sabrá. Un salto y el cuchillo de caza se hundirá en la espalda del italiano. Pero ¿podrá él, exhausto, saltar así? En Morón de la Frontera hubiera estado seguro de su destreza, de su agilidad...
No, no fue un salto; fue un abalanzarse de acorralado cazador. Tuvo que levantar la empuñadura afirmándose con las dos manos para clavar la hoja. ¡Y cómo desapareció en la suavidad de las nutrias! ¡Cómo se le fue hacia adentro, camino del corazón, en la carne de ese animal que está cazando y que ha logrado por fin! La bestia cae con un sordo gruñido, estremecida de convulsiones, y él cae encima y siente, sobre la cara, en la frente, en la nariz, en los pómulos, la caricia de la piel. Dos, tres veces arranca el cuchillo. En su delirio no sabe ya si ha muerto al cuatralbo del Príncipe Doria o a uno de los tigres que merodean en torno del campamento. Hasta que cesa todo estertor. Busca bajo el manto y al topar con un brazo del hombre que acaba de apuñalar, lo cercena con la faca e hinca en él los dientes que aguza el hambre. No piensa en el horror de lo que está haciendo, sino en morder, en saciarse. Sólo entonces la pincelada bermeja de las brasas le muestra más allá, mucho más allá, tumbado junto a la empalizada, al corsario italiano. Tiene una flecha plantada entre los ojos de vidrio. Los dientes de Baitos tropiezan con el anillo de plata de su madre, el anillo con una labrada cruz, y ve el rostro torcido de su hermano, entre esas pieles que Francisco le quitó al cuatralbo después de su muerte, para abrigarse.
El ballestero lanza un grito inhumano. Como un borracho se encarama en la estacada de troncos de sauce y ceibo, y se echa a correr barranca abajo, hacia las hogueras de los indios. Los ojos se le salen de las órbitas, como si la mano trunca de su hermano le fuera apretando la garganta más y más.

domingo, 5 de febrero de 2012

La cámara lúcida

Barthes, Roland, La cámara lúcida (1980), Buenos Aires, Paidós, 2011.

«En el fondo –o en el límite- para ver bien una foto vale más levantar la cabeza o cerrar los ojos. “La condición previa de la imagen es la vista”, decía Janouch a Kafka. Y Kafka, sonriendo, respondía: “Fotografiamos cosas para ahuyentarlas del espíritu.Mis historias son una forma de cerrar los ojos”. La fotografía debe ser silenciosa (hay fotos estruendosas, no me gustan): no se trata de una cuestión de “discreción”, sino de la música. La subjetividad absoluta solo se consigue mediante un estado, un esfuerzo de silencio (cerrar los ojos es hacer hablar la imagen en el silencio). La foto me conmueve si la retiro de su charloteo ordinario: “Técnica”, “Realidad”, “Reportaje”, “Arte”, etcétera: no decir nada, cerrar los ojos, dejar subir solo el detalle hasta la conciencia afectiva».