viernes, 18 de diciembre de 2009

Cesare Pavese, "El inconsolable".

Pavese, Cesare, Diálogos con Leucó, Buenos Aires, Siglo veinte, 1968. Traducción a cargo de Marcella Milano.



El inconsolable

El sexo, la ebriedad y la sangre remitieron siempre al mundo subterráneo y permitieron a más de uno felicidades ctonias. Pero nada pudieron contra el cantor tracio Orfeo, que peregrinaba por el Hades, víctima lacerada como el mismo Dionisio.

(Hablan Orfeo y Bacante)

  
Orfeo. Ocurrió así. Subíamos el sendero que atraviesa el bosque de las sombras. Estaban ya lejos el Cocito, la Estigia, la barca, los lamentos. Por entre las hojas se vislumbraba el cielo. Oía a mis espaldas el leve rumor de sus pasos. Yo estaba todavía allá abajo y sentía encima aquel frío. Pensaba que algún día debería volver allí, que lo que ha sido volverá a ser. Pensaba cómo fue la vida con ella; que otra vez terminaría. Lo que ha sido, será. Pensaba en aquel hielo, en aquel vacío que había atravesado y que ella llevaba dentro de los huesos, en la médula, en la sangre. ¿Valía la pena revivirla? Pensé en eso y entreví el resplandor del día. Entonces dije: “Que se termine”, y me di vuelta. Eurídice desapareció como se apaga una vela. Sentí solamente un chillido, como el de un ratón que se escapa.

Bacante. Extrañas palabras, Orfeo. Casi no puedo creerlas. Aquí se decía que eras amado por los dioses y las musas. Muchas de nosotras te siguen porque te saben amado y desdichado. Estabas tan enamorado que –solo entre los hombres- franqueaste las puertas de la nada. No, no te creo, Orfeo. No ha sido culpa tuya si el destino te ha traicionado.

Orfeo. ¿Qué tiene que ver en esto el destino? Mi destino no traiciona. Sería ridículo que después de aquel viaje, después de haber visto cara a cara la nada, me diese vuelta por error o por capricho.

Bacante. Sin embargo, has llorado por montes y colinas –la has buscado y llamado-, has descendido al Hades. ¿Cómo es eso?

Orfeo. Tú dices que eres como un hombre. Sabrás entonces que un hombre no sabe qué hacer con la muerte. La Eurídice que he llorado era una estación de la vida. Yo no buscaba allá abajo su amor, sino algo muy distinto. Buscaba un pasado que Eurídice ignoraba. Lo he comprendido entre los muertos, mientras cantaba mi canto. He visto a las sombras ponerse rígidas, con la mirada vacía; cesar los lamentos; a Perséfone esconderse el rostro, y al mismo tiempo tenebroso-impasible Hades escuchar como un mortal. He comprendido que los muertos ya no son nada.

Bacante. Y así tú, que cantando habías recuperado el pasado, lo has rechazado y destruido. No, no lo puedo creer.

Orfeo. Compréndeme, Bacante. Fue un verdadero pasado solamente en el canto. El Hades se vio a sí mismo solamente escuchándome. Ya al subir el sendero aquel pasado se desvanecía, se volvía recuerdo, sabía a muerte. Cuando me llegó el primer resplandor del cielo, retocé como un niño, feliz e incrédulo, retocé por mí mismo y por el mundo de los vivos. La estación que había buscado estaba allá, en aquel resplandor. Nada me importó aquella que me seguía. Mi pasado fue la claridad, fue el canto y la mañana. Y me di vuelta.

Bacante. ¿Cómo has podido resignarte, Orfeo? A quien te vio cuando volvías, tu rostro le infundió miedo. Eurídice había sido para ti una existencia.

Orfeo. Tonterías. Eurídice, al morir, se convirtió en otra cosa. Aquel Orfeo que descendió al Hades ya no era esposo ni viudo. Lloré como lo hacemos cuando somos muchachos: un llanto del que sonreímos después al recordarlo. La estación ha pasado. No la buscaba ya a ella, llorando, sino a mí mismo. Un destino, si quieres. Me escuchaba.

Bacante. Muchas de nosotras te siguen porque creyeron tu llanto. ¿Entonces, nos has engañado?

Orfeo. Oh, Bacante, Bacante ¿no quieres verdaderamente comprender? Mi destino no traiciona. Me he buscado a mí mismo. Nunca buscamos otra cosa.

Bacante. Aquí nosotras somos más simples, Orfeo. Aquí creemos en el amor y en la muerte; lloramos y reímos con todos. Nuestras fiestas más alegres son aquellas donde corre la sangre. Nosotras, las mujeres de Tracia, no tenemos estas cosas.

Orfeo. Visto del lado de la vida, todo es bello. Pero créele a quien ha estado entre los muertos... No vale la pena.

Bacante. En otro tiempo no era así. No hablabas de la nada. Acercarse a la muerte nos hace semejantes a los dioses. Tú mismo enseñabas que una ebiedad derrumba la vida y la muerte, nos hace más humanos... Tú has visto la fiesta.

Orfeo. No es la sangre lo que cuenta, muchacha. Ni la ebriedad ni la sangre me causan impresión. Pero es muy difícil decir qué es un hombre. Tampoco tú, Bacante, lo sabes.

Bacante. Nada serías sin nosotras, Orfeo.

Orfeo. Lo decía y lo sé. Pero después de todo, ¿qué importa? Sin vosotras descendí al Hades...

Bacante. Descendiste a buscarnos.

Orfeo. Pero no os he encontrado. Quería algo muy distinto. Algo que al volver a la luz he encontrado.

Bacante. En otro tiempo cantabas a Eurídice en los montes...

Orfeo. Todo lo hace un hombre en la vida. Todo lo cree, en sus días. Hasta cree a veces que su sangre corre por las venas de los otros. O que lo que ha sido pueda deshacerse. Cree romper el destino con la ebriedad. Todo esto lo sé y no es nada.

Bacante. No sabes qué hacer con la muerte, Orfeo, y tu pensamiento es solamente muerte. Hubo un tiempo en que la fiesta nos tornaba inmortales.

Orfeo. Y gozad vosotras de la fiesta. Todo es lícito para quien nada sabe todavía. Es necesario que todos desciendan alguna vez a su infierno. La orgía de mi destino ha terminado en el Hades; ha terminado cantando, según mi costumbre, la vida y la muerte.

Bacante. ¿Y qué quiere decir que un destino no traiciona?

Orfeo. Quiere decir que está dentro de ti, que es cosa tuya; más profundo que la sangre, más allá de toda ebriedad. Ningún dios puede tocarlo.

Bacante. Puede ser, Orfeo. Pero nosotras no buscamos a ninguna Eurídice. ¿Por qué entonces también nosotras descenderemos al infierno?

Orfeo. Cada vez que se invoca a un dios se conoce la muerte. Y se desciende al Hades para arrebatar algo, para violar un destino. No se vence a la noche y se pierde la luz. Nos debatimos como obsesos.

Bacante. Dices cosas malas... ¿Entonces también tú has perdido la luz?

Orfeo. Estaba casi perdido y cantaba. Comprendiendo, me encontré a mí mismo.

Bacante. ¿Vale la pena encontrarse de este modo? Hay un camino más simple de ignorancia y de alegría. El dios es como un señor entre la vida y la muerte. Nos abandonamos a su ebriedad, desgarramos o somos desgarrados. Renacemos cada vez y nos despertamos como tú en el día.

Orfeo. No hables del día, del despertar. Pocos hombres lo saben. Ninguna mujer como tú sabe lo que es.

Bacante. Quizás por eso te siguen las mujeres de Tracia. Tú eres para ellas como el dios. Has descendido de los montes. Cantas versos de amor y de muerte.

Orfeo. Tonta. Contigo al menos se puede hablar. Un día tal vez serás como un hombre.

Bacante. Siempre que antes las mujeres de Tracia...

Orfeo. Di.

Bacante. Siempre que antes no devoren al dios.
  

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