martes, 29 de diciembre de 2009

Roland Barthes: "Poder y literatura"

Barthes, Roland, “Lección inaugural de la cátedra de semiología lingüística del Collège de France, pronunciada el 7 de enero de 1977”, El placer del texto (1973) y Lección inaugural (1978), Buenos Aires, Siglo veintiuno editores Argentina, 2006. (El subtítulo, "Poder y literatura", es nuestro).




“(...) En la lengua, pues, servilismo y poder se confunden ineluctablemente. Si se llama libertad no solo a la capacidad de sustraerse al poder, sino también y sobre todo a la de no someter a nadie, entonces no puede haber libertad sino fuera del lenguaje. Desgraciadamente, el lenguaje humano no tiene exterior: es un a puertas cerradas. Solo se puede salir de él al precio de lo imposible: por la singularidad mística, según la describió Kierkegaard cuando definió el sacrificio de Abraham como un acto inaudito,* vaciado de toda palabra incluso interior, dirigido contra la generalidad, la gregariedad, la moralidad del lenguaje; o también por el amén nietzscheano, que es como una sacudida jubilosa asestada al servilismo de la lengua, a eso que Deleuze llama su manto reactivo. Pero a nosotros, que no somos ni caballeros de la fe ni superhombres, solo nos resta, si puedo así decirlo, hacer trampas con la lengua, hacerle trampas a la lengua. A esta fullería saludable, a esta esquiva y magnífica engañifa que permite escuchar a la lengua fuera del poder, en el esplendor de una revolución permanente del lenguaje, por mi parte yo la llamo: literatura.”

* En Temor y temblor.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Leonora Carrington, "La debutante".



Foto: José Carlo González


En la época que fui debutante, solía ir a menudo al parque zoológico. Iba tan a menudo que conocía más a los animales que a las chicas de mi edad. Era porque quería huir del mundo, por lo que me hallaba a diario en el zoológico. El animal que mejor llegué a conocer fue una hiena joven. Ella me conocía a mí también. Era muy inteligente. Le enseñé a hablar francés y a cambio ella me enseñó su lenguaje. Así pasamos muchas horas agradables.
Mi madre había organizado un baile en mi honor para el primero de mayo. ¡Lo qué sufrí durante noches enteras! Siempre he aborrecido los bailes; sobre todo los que se daban en mi honor.
La mañana del uno de mayo de 1934, fui muy temprano a visitar a la hiena.
-¡Qué asco! -le dije-. Esta noche me toca asistir a mi baile.
-Tienes suerte -dijo ella-; a mí me encantaría ir. No sé bailar, pero en cambio sabría mantener una conversación.
-Habrá muchas cosas de comer -dije-. He visto llegar a casa carros repletos de comida.
-Y aún te quejas -replicó la hiena con desaliento-. Mírame a mí: yo sólo como una vez al día, y me tienen jeringada con tanta bazofia.
Se me ocurrió una idea audaz; estuve a punto de echarme a reír.
-No tienes más que ir en mi lugar.
-No nos parecemos lo bastante; si no, con gusto iría -dijo la hiena un poco triste.
-Escucha -dije-, con las luces de la noche no se ve muy bien. Con que te disfraces un poco, nadie se fijará en ti en medio de la multitud. Además, tenemos casi la misma estatura. Eres mi única amiga; anda, hazlo por mí. Por favor.
Se puso a pensar en esta posibilidad. Comprendí que estaba deseosa de aceptar.
-De acuerdo -dijo de repente.
No había muchos guardianes cerca, dado lo temprano de la hora. Abrí rápidamente la jaula, y en un instante estuvimos en la calle. Llamé un taxi. En casa, todo el mundo estaba aún en la cama. Una vez en mi cuarto, saqué el vestido que debía ponerme por la noche. Era un poco largo, y la hiena andaba con dificultad con mis zapatos de tacón alto. Encontré unos guantes con que ocultarle las manos, demasiado peludas para parecerse a las mías. Cuando el sol iluminó mi habitación, la hiena dio varias vueltas alrededor, andando más o menos derecha. Estábamos tan ocupadas que mi madre, que entró a darme los buenos días, estuvo a punto de abrir la puerta antes de que la hiena se escondiera debajo de la cama.
-Esta habitación huele mal -dijo mi madre, abriendo la ventana-; antes de esta noche date un baño con mis nuevas sales.
-Por supuesto -le dije.
No se entretuvo mucho. Creo que el olor era demasiado fuerte para ella.
-No te retrases para el desayuno -dijo al irse.
Lo más difícil fue encontrar un disfraz para la cara de la hiena. Estuvimos buscando horas y horas: rechazaba todas mis sugerencias. Por fin dijo:
-Creo que he encontrado la solución. ¿Tenéis criada?
-Sí -dije, perpleja.
-Pues verás: vas a llamar a la criada; cuanto entre, nos lanzamos sobre ella y le arrancamos la cara; llevaré su cara esta noche en lugar de la mía.
-No lo veo muy práctico -dije yo-. Probablemente se morirá en cuanto pierda la cara: alguien encontrará su cadáver, y nos meterán en la cárcel.
-Tengo la suficiente hambre como para comérmela -replicó la hiena.
-¿Y los huesos?
-También -dijo-. ¿Te parece bien?
-Sólo si me prometes matarla antes de arrancarle la cara. Si no, le va a doler demasiado.
-Bueno, eso me da igual.
Llamé a Marie, la criada, no sin cierto nerviosismo. Desde luego, no lo habría hecho si no odiara tanto los bailes. Cuando entró Marie, me volví de cara a la pared para no verlo. Debo reconocer que no tardó nada. Un breve grito, y se acabó. Mientras la hiena comía, estuve mirando por la ventana. Unos minutos después, dijo.
-Ya no puedo más; aún me quedan los pies, pero si tienes una bolsa, me los comeré más tarde, a lo largo del día.
-En el armario encontrarás una bolsa bordada con flores de lis. Saca los pañuelos que tiene y quédatela.
Hizo lo que le había indicado. A continuación, dijo:
-Date la vuelta ahora y mira qué guapa estoy.
Delante del espejo, la hiena se admiraba con el rostro de Marie. Se lo había comido todo cuidadosamente hasta el borde de la cara, de forma que quedaba justo lo que le hacía falta.
-Es verdad -dije-; lo has hecho muy bien.
Hacia el atardecer, cuando la hiena estuvo completamente vestida, declaró:
-Me siento en plena forma. Me da la impresión de que voy a tener un gran éxito esta noche.
Después de oír un rato la música de abajo, le dije:
-Ve ahora, y recuerda que no debes ponerte junto a mi madre: seguramente se daría cuenta de que no soy yo. Aparte de ella, no conozco a nadie. Buena suerte -le di un beso para despedirla, aunque exhalaba un olor muy fuerte.
Se había hecho de noche. Cansada por las emociones del día, cogí un libro y me senté junto a la ventana, entregándome a al paz y el descanso. Recuerdo que estaba leyendo Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift. Al cabo de una hora, quizá, surgió el primer signo de inquietud. Un murciélago entró por la ventana profiriendo grititos. Los murciélagos me dan un miedo espantoso. Me escondí detrás de una silla, castañeteándome los dientes. Apenas me había arrodillado, cuando un gran ruido procedente de la puerta sofocó el batir de alas. Entró mi madre, pálida de furia.
-Acabábamos de sentarnos a la mesa -dijo-, cuando el ser ese que ha ocupado tu sitio se ha levantado gritando: "Con que mi olor es un poco fuerte, ¿eh? Pues no como pasteles." A continuación se ha arrancado la cara y se la ha comido. Después ha dado un gran salto y ha desaparecido por la ventana.
  

Remedios Varo




"Fenómeno" (1952)
Imagen: Ciudad de la pintura


Remedios Varo nació en Anglés, España, en 1908. Su padre era ingeniero hidráulico y por este motivo su familia viajaba con frecuencia por España y el norte de África. Remedios, que desde chica se sintió atraída por el dibujo y la pintura, solía quedarse junto a su padre mientras él trabajaba con los planos. Su madre, mujer de un gran fervor católico, pronto decidió internar a su hija en un colegio de monjas.

En 1924 la familia de Remedios se establece en Madrid. El padre tiene que discutir bastante con su mujer para lograr que su hija estudie arte en la Academia de San Fernando. A pesar del disgusto de familiares y amigos, Remedios es una de las primeras mujeres que pudo estudiar arte en el ámbito académico.

En la Academia de San Fernando, conoce a Dalí y a Gregorio Lizarraga, con quien se casa después de graduarse. Viajan a París y luego a Barcelona (centro del modernismo en esa época).

En 1936 comenzó la guerra civil española. Se separa de Gregorio Lizarraga y vuelve a París. Allí conoce a Benjamín Peret, con quien mantendrá una larga relación. Por intermedio de Peret, que siempre tuvo una activa participación en el movimiento surrealista, Remedios conoció a Breton, Eluard, Crevel, Desnos, Miró, Arp y Naville (con quien Peret dirigió los dos primeros números de “La Révolution Surréaliste”).

Durante la dictadura de Vichy, Remedios Varo y Benjamín Peret fueron encarcelados en un campo de concentración. En 1941, gracias a la intervención del Comité para Rescates de Emergencia, logran exiliarse en México, que era un destino compartido por muchos artistas.

En 1947 viajan a París. Remedios, que prefería la vida de México, al poco tiempo decide regresar y se separa de Peret.

En 1952 se casó con un refugiado político austríaco, Walter Gruen, quien la animó a que se dedicara exclusivamente a pintar. Hasta entonces, Remedios trabajaba como diseñadora y decoradora.

En 1963, inesperadamente, murió de un infarto.

martes, 22 de diciembre de 2009

El lector, de Maggie Taylor




"Desde hace ocho años he estado usando un scanner en lugar de una cámara tradicional para registrar e interpretar objetos que colecciono. Frecuento los mercados callejeros y busco viejos ferrotipos y juguetes que parezcan tener alguna historia que contar. Luego, en mi estudio dibujo fondos con pastel y escaneo cada elemento por separado. El uso de Photoshop me permite acomodar y jugar con estas distintas capas, de manera muy similar a lo que haría en mi estudio para tomar una fotografía de naturaleza muerta. Trabajo de manera espontánea a intuitiva, trato de obtener imágenes que tengan alguna resonancia o algún contenido narrativo misterioso. No hay un significado único para ninguna de éstas imágenes, son como una especie de acertijo o poema abierto visual que intenta ser retozón y provocativo.

Aunque mis imágenes no son fotografías tradicionales, considero que mi scanner es un aparato de registro que utiliza la luz. Y efectivamente hay una cámara una cámara involucrada en la producción de casi todas estas imágenes, pero es la cámara utilizada por el fotógrafo anónimo que las tomó hace cien años.

Hay un libro publicado sobre mi trabajo escrito por Amy Standen, llamado Maggie Taylor’s Lansdcape of dreams (Paisajes Oníricos de Maggie Taylor), publicado por Paechpit Press."

La fotografía y el texto son de Maggie Taylor

viernes, 18 de diciembre de 2009

Cesare Pavese, "El inconsolable".

Pavese, Cesare, Diálogos con Leucó, Buenos Aires, Siglo veinte, 1968. Traducción a cargo de Marcella Milano.



El inconsolable

El sexo, la ebriedad y la sangre remitieron siempre al mundo subterráneo y permitieron a más de uno felicidades ctonias. Pero nada pudieron contra el cantor tracio Orfeo, que peregrinaba por el Hades, víctima lacerada como el mismo Dionisio.

(Hablan Orfeo y Bacante)

  
Orfeo. Ocurrió así. Subíamos el sendero que atraviesa el bosque de las sombras. Estaban ya lejos el Cocito, la Estigia, la barca, los lamentos. Por entre las hojas se vislumbraba el cielo. Oía a mis espaldas el leve rumor de sus pasos. Yo estaba todavía allá abajo y sentía encima aquel frío. Pensaba que algún día debería volver allí, que lo que ha sido volverá a ser. Pensaba cómo fue la vida con ella; que otra vez terminaría. Lo que ha sido, será. Pensaba en aquel hielo, en aquel vacío que había atravesado y que ella llevaba dentro de los huesos, en la médula, en la sangre. ¿Valía la pena revivirla? Pensé en eso y entreví el resplandor del día. Entonces dije: “Que se termine”, y me di vuelta. Eurídice desapareció como se apaga una vela. Sentí solamente un chillido, como el de un ratón que se escapa.

Bacante. Extrañas palabras, Orfeo. Casi no puedo creerlas. Aquí se decía que eras amado por los dioses y las musas. Muchas de nosotras te siguen porque te saben amado y desdichado. Estabas tan enamorado que –solo entre los hombres- franqueaste las puertas de la nada. No, no te creo, Orfeo. No ha sido culpa tuya si el destino te ha traicionado.

Orfeo. ¿Qué tiene que ver en esto el destino? Mi destino no traiciona. Sería ridículo que después de aquel viaje, después de haber visto cara a cara la nada, me diese vuelta por error o por capricho.

Bacante. Sin embargo, has llorado por montes y colinas –la has buscado y llamado-, has descendido al Hades. ¿Cómo es eso?

Orfeo. Tú dices que eres como un hombre. Sabrás entonces que un hombre no sabe qué hacer con la muerte. La Eurídice que he llorado era una estación de la vida. Yo no buscaba allá abajo su amor, sino algo muy distinto. Buscaba un pasado que Eurídice ignoraba. Lo he comprendido entre los muertos, mientras cantaba mi canto. He visto a las sombras ponerse rígidas, con la mirada vacía; cesar los lamentos; a Perséfone esconderse el rostro, y al mismo tiempo tenebroso-impasible Hades escuchar como un mortal. He comprendido que los muertos ya no son nada.

Bacante. Y así tú, que cantando habías recuperado el pasado, lo has rechazado y destruido. No, no lo puedo creer.

Orfeo. Compréndeme, Bacante. Fue un verdadero pasado solamente en el canto. El Hades se vio a sí mismo solamente escuchándome. Ya al subir el sendero aquel pasado se desvanecía, se volvía recuerdo, sabía a muerte. Cuando me llegó el primer resplandor del cielo, retocé como un niño, feliz e incrédulo, retocé por mí mismo y por el mundo de los vivos. La estación que había buscado estaba allá, en aquel resplandor. Nada me importó aquella que me seguía. Mi pasado fue la claridad, fue el canto y la mañana. Y me di vuelta.

Bacante. ¿Cómo has podido resignarte, Orfeo? A quien te vio cuando volvías, tu rostro le infundió miedo. Eurídice había sido para ti una existencia.

Orfeo. Tonterías. Eurídice, al morir, se convirtió en otra cosa. Aquel Orfeo que descendió al Hades ya no era esposo ni viudo. Lloré como lo hacemos cuando somos muchachos: un llanto del que sonreímos después al recordarlo. La estación ha pasado. No la buscaba ya a ella, llorando, sino a mí mismo. Un destino, si quieres. Me escuchaba.

Bacante. Muchas de nosotras te siguen porque creyeron tu llanto. ¿Entonces, nos has engañado?

Orfeo. Oh, Bacante, Bacante ¿no quieres verdaderamente comprender? Mi destino no traiciona. Me he buscado a mí mismo. Nunca buscamos otra cosa.

Bacante. Aquí nosotras somos más simples, Orfeo. Aquí creemos en el amor y en la muerte; lloramos y reímos con todos. Nuestras fiestas más alegres son aquellas donde corre la sangre. Nosotras, las mujeres de Tracia, no tenemos estas cosas.

Orfeo. Visto del lado de la vida, todo es bello. Pero créele a quien ha estado entre los muertos... No vale la pena.

Bacante. En otro tiempo no era así. No hablabas de la nada. Acercarse a la muerte nos hace semejantes a los dioses. Tú mismo enseñabas que una ebiedad derrumba la vida y la muerte, nos hace más humanos... Tú has visto la fiesta.

Orfeo. No es la sangre lo que cuenta, muchacha. Ni la ebriedad ni la sangre me causan impresión. Pero es muy difícil decir qué es un hombre. Tampoco tú, Bacante, lo sabes.

Bacante. Nada serías sin nosotras, Orfeo.

Orfeo. Lo decía y lo sé. Pero después de todo, ¿qué importa? Sin vosotras descendí al Hades...

Bacante. Descendiste a buscarnos.

Orfeo. Pero no os he encontrado. Quería algo muy distinto. Algo que al volver a la luz he encontrado.

Bacante. En otro tiempo cantabas a Eurídice en los montes...

Orfeo. Todo lo hace un hombre en la vida. Todo lo cree, en sus días. Hasta cree a veces que su sangre corre por las venas de los otros. O que lo que ha sido pueda deshacerse. Cree romper el destino con la ebriedad. Todo esto lo sé y no es nada.

Bacante. No sabes qué hacer con la muerte, Orfeo, y tu pensamiento es solamente muerte. Hubo un tiempo en que la fiesta nos tornaba inmortales.

Orfeo. Y gozad vosotras de la fiesta. Todo es lícito para quien nada sabe todavía. Es necesario que todos desciendan alguna vez a su infierno. La orgía de mi destino ha terminado en el Hades; ha terminado cantando, según mi costumbre, la vida y la muerte.

Bacante. ¿Y qué quiere decir que un destino no traiciona?

Orfeo. Quiere decir que está dentro de ti, que es cosa tuya; más profundo que la sangre, más allá de toda ebriedad. Ningún dios puede tocarlo.

Bacante. Puede ser, Orfeo. Pero nosotras no buscamos a ninguna Eurídice. ¿Por qué entonces también nosotras descenderemos al infierno?

Orfeo. Cada vez que se invoca a un dios se conoce la muerte. Y se desciende al Hades para arrebatar algo, para violar un destino. No se vence a la noche y se pierde la luz. Nos debatimos como obsesos.

Bacante. Dices cosas malas... ¿Entonces también tú has perdido la luz?

Orfeo. Estaba casi perdido y cantaba. Comprendiendo, me encontré a mí mismo.

Bacante. ¿Vale la pena encontrarse de este modo? Hay un camino más simple de ignorancia y de alegría. El dios es como un señor entre la vida y la muerte. Nos abandonamos a su ebriedad, desgarramos o somos desgarrados. Renacemos cada vez y nos despertamos como tú en el día.

Orfeo. No hables del día, del despertar. Pocos hombres lo saben. Ninguna mujer como tú sabe lo que es.

Bacante. Quizás por eso te siguen las mujeres de Tracia. Tú eres para ellas como el dios. Has descendido de los montes. Cantas versos de amor y de muerte.

Orfeo. Tonta. Contigo al menos se puede hablar. Un día tal vez serás como un hombre.

Bacante. Siempre que antes las mujeres de Tracia...

Orfeo. Di.

Bacante. Siempre que antes no devoren al dios.
  

viernes, 11 de diciembre de 2009

Dos poemas de Juana Bignozzi

Juana Bignozzi nació en Buenos Aires en 1937. Trabajó como periodista y se dedicó a la poesía desde muy joven. Participó con Juan Gelman del grupo poético “El pan duro”, creado en 1955. En 1960 publicó su primer libro de poemas: Los límites. Entre 1974 y 2004 vivió en Barcelona. En esa ciudad, continuó escribiendo poesía y también realizó traducciones. A partir de 1989, la editorial Libros de Tierra Firme publicó varios de sus libros.


Foto: Laura Crespi
Los siguientes poemas son de Mujer de cierto orden (1967), reeditado por Libros de Tierra Firme en 1990.

Soy una mujer sin problemas

Todos lo saben
y entonces buscan mi compañía para charlar por las noches.
Sin embargo yo conozco a alguien que quiere morir en paz consigo mismo
y me produce estremecimientos, insomnio, soledad,
porque la paz conmigo misma sería una guerra sin fin,
dos o tres asesinatos inevitables y alguna entrega desmedida
que no entra en mis planes.
Sin embargo yo sueño por las noches
con un jardín inmenso donde los muertos se levantan para saludarme;
yo sueño con un hombre que me inquieta y como lo ignora
me habla amigablemente del resto del mundo
y de mis múltiples amores, tan simpáticos,
tan apropiados como tema de conversación.

La vida en serio

Ahora he descubierto el sol, los perros y las mentiras.
La vida es más lógica, no he dicho mejor, sino más lógica.
Cierro los ojos y tomo sol, juego con un perro tan vulgar
que es imposible sentirse separada de él y miento.
Eso me obliga por las noches a sacarme los zapatos
como quien se desnuda,
a caminar descalza por mi casa,
a llorar a solas cada tanto.
Ahora miro a una mujer ni linda ni fea,
pienso que la pequeña vida continúa
y que todo dolor importante tiene testigos,
aunque sean un perro, el sol o las mentiras.